22.1.07

In Memorian IV

El retablo de Calufa
Rodrigo Soto G.

Releer al escritor costarricense Carlos Luis Fallas revela apreciaciones nuevas y oportunas cuando su novela emblemática, Mamita Yunai, cumple 60 años.* Una nueva lectura de la obra del gran escritor costarricense Carlos Luis Fallas (1909-1966), se impone en la época de la postguerra fría, no para despolitizarla y hacer de ella algo neutral y ascéptico (cosa por demás imposible), sino para ir a su encuentro despojados de las anteojeras y prejuicios propios de la confrontación ideológica, política y militar en que el autor la produjo, y que marcó tan hondamente su propia vida. Con las notas que siguen no pretendo demostrar una tesis, sino compartir impresiones acerca de la reciente relectura de algunos de sus libros, y convidar a una aventura que garantizo será gratificante para quien la emprenda. El gran tema literario de la mayoría de los autores de la generación del medio siglo (Fallas, Dobles, Marín Cañas, Salazar Herrera, Herrera García y, en menor medida, Gutiérrez) es la vida del campesinado y de los trabajadores agrícolas. Cada uno de ellos lo abordó desde diferente ángulo, de modo que en conjunto nos heredan una imagen completa de lo que fue la vida de los hombres y mujeres de las zonas rurales durante la primera mitad del siglo XX. Cultura popular La impresión que me deja la relectura de los libros de Calufa es que, junto a la "literatura militante" que se propuso escribir, existía un proyecto estético de mayor envergadura: recrear, en un gran "fresco", la cultura popular de la primera mitad del siglo XX, sobre todo en sus formas rurales y campesinas. Sin pretenciones sociológicas ni de ningún otro tipo, sino a partir de la recuperación de su propia experiencia vital, Calufa construye en sus obras un enorme "retablo" narrativo que, a la manera de las pinturas de Brueghel, se compone de múltiples escenas, de gran cantidad de personajes y de descripciones puntillosas hasta en sus detalles más nimios. Por supuesto el retablo comienza con el mismo lenguaje campesino: la recreación del habla popular que realiza Calufa es fresca, hermosa y profunda, como las pozas de los ríos donde se bañan los personajes de sus libros. Pero va mucho más lejos, pues Fallas reconstruye minuciosamente sentimientos y costumbres, y a menudo se toma el cuidado de consignar variedades animales y vegetales, formas del trabajo y de lo que de manera pedante podríamos llamar "prácticas culturales". Un ejemplo son las serenatas, que una y otra vez aparecen en sus libros, y de las que a menudo transcribe estrofas completas de canciones perdidas en el tiempo. ¿Alguien ha pensado alguna vez en Calufa como "folclorista"? Sus descripciones de las tareas agrícolas son las más convincentes que jamás haya leído. Inolvidables, por ejemplo, son las imágenes de la forma como palea Calero, en Mamita Yunai: "Fuera arcillosa o suelta la tierra, él sacaba la palada con un enorme cucurucho y la revoleaba altísimo; y allá iba en el aire, describiendo un arco cerrado, dando vueltas sobre sí misma sin que se le desprendiera un terroncito siquiera y hasta con la entrada del cabo dibujada, a caer sonoramente sobre el relleno". A menudo da la impresión de que para Fallas es esencial demostrar al lector que conoce a cabalidad cada una de las cosas que describe, que no nos está cuenteando, como en las minuciosas, casi obsesivas descripciones de los trabajos dinamiteros que leemos en Gentes y gentecillas y en Mamita Yunai. No menos memorable es la descripción de los peces que pescan con dinamita en el río los personajes de Mamita Yunai: las machacas, "de un verde tornasolado, pero que no sirven nada más que para sopa por su gran cantidad de finísimas espinas; metidas dentro de una bolsita de manta y bien hervidas, dan un caldo delicioso y nutritivo"; los bobos "de panza blanca y cuerpo de un negro lustroso que se iba opacando al secarse al aire el grueso pellejo"; los tepemechines "medianos y lambuzos, de escamas menuditas y grisáceas; y las escasísimas guabinas, punteadas hacia la cola y cabezonas, con cerdas gruesas en el ancho hocico y una bolsa blancuzca pegada a la barrigaÖ" ¿No parece esta meticulosidad más propia de un naturalista en afanes descriptivos que de un dirigente político urgiéndonos a la revolución social? La práctica de pescar con "bomba" en los ríos resulta escandalosa hoy en día, pero algo de conciencia ambiental no le faltaba a nuestro autor, pues en el mismo libro hace exclamar a uno de sus personajes, ante el espectáculo de millones y millones de metros cúbicos de robles y cedros y laureles que se pudren de abono para el banano: "Hasta el clima nos van a cambiar botando las montañas". La recreación que del mundo rural y campesino plasma Calufa no es externa, surge de los mismos valores y de una mirada afín a la de sus personajes. En otras palabras: Calufa no solo habla de lo rural, sino desde lo rural; no habla solo de los trabajadores y campesinos, sino como campesino y trabajador. Esta es la médula de su obra, su singularidad y belleza, y por ello puede equipararse, en cierta forma, con la que en el campo poético iniciará Debravo un par de décadas después. Por ello, no debe sorprendernos que cuando Calufa trata con personajes de otra condición social, su dibujo tienda a ser más inseguro y su mirada más distante, como en el retrato satírico de las señoras "de sociedad" que sufren su "destierro" en la hacienda de Gentes y gentecillas. Identidad y alteridad Mientras trabaja en una hacienda en las cercanías de Turrialba, Jerónimo, el joven protagonista de Gentes y gentecillas, evoca su casa familiar en Heredia. Con la misma maniática minuciosidad que el autor ha desplegado en otros momentos, Jerónimo describe a lo largo de varias páginas cómo están dispuestos los aposentos, los materiales utilizados en la construcción, los árboles frutales que crecen en el solar, la cría de abejas para miel, las plantas cultivadas por su madre, las gallinas y los gallos, los cerdos y los perros, etc. Se trata, ni más ni menos, de una escenificación insuperable de lo que, ya en en 1939, Yolanda Oreamuno llamaba burlonamente el "mito religioso de la tierra muy repartida, la casita pintada de blanca y azul y el pequeño propietario de chanchos y gallinas que lleva al cuello un pañuelo colorado". Fallas nos revela así que esta visión idílica, en la que muchos historiadores recientes ven poco menos que una invención descarada para manipular a los costarricenses, brota, mana, emerge directamente del imaginario campesino. Será tal vez porque la distancia -sea temporal o geográfica-, nos lleva a idealizar aquello que evocamos, y cuanto más lejano sea el pasado, más lo convertimos en mito. Un detalle que no pasa inadvertido es que, salvo los indígenas de Talamanca que aparecen en Mamita Yunai, los trabajadores rurales de los libros de Calufa saben leer y escriben cartas a sus parientes. ¿En cuántos países de América Latina es verosímil esta escena? Se ha dicho que en la obra de Fallas y en la de algunos de sus compañeros de generación, la representación literaria del país desborda los límites del Valle Central y se expande hacia ambas costas. Al hacerlo, el campesino meseteño entra en contacto con "las otras costa ricas": la negra, la indígena, la de los inmigrantes chinos, etc. En los libros de Calufa, indígenas y negros figuran como algo extraño, incomprensible y ajeno, como "la alteridad" del tico-meseteño: "Cantaban en inglés, formados en rueda, una canción salvaje y monótona y se acompañaban dando palmadas con las manos y pateando con ritmo en el sueloÖ", dice de los trabajadores de origen jamaiquino en Mamita. Y en ese mismo libro, de los indígenas talamanqueños: "Gritaban en indio, en inglés y en español. (Ö) Los hombres se acercaban a las mujeres y, sin decirles nada ni alzarlas a ver siquiera, las cogían de la mano, tiraban de ellas hacia el centro y comenzaban a imitar, torpemente, pasos de son o de fox sobre el irregular y sucio piso de maquengue. Bailaban también hombres con hombres e indias con indiasÖ" El carácter ominoso y amenazante de estas imágenes no requiere comentario. Por cierto que para los personajes de Calufa, uno de los atributos infaltables de la belleza femenina, es la blancura de carnes. Más blanca una mujer, más bella y atractiva resulta. Para encontrar una explicación, basta remitirnos a Marcos Ramírez: "Mi madre era entonces una mujer muy hermosa, alta, blanca y de abundante y negra cabellera que, cuando ella se la soltaba para peinarse, le caía hasta las rodilla"s. Ahora que tanto escándalo se hace de la inmigración nicaragüense, conviene releer Mamita Yunai, en donde Fallas nos recuerda que la presencia de trabajadores de esa nación es antigua y ha sido siempre importante para el país. Por cierto que el "cabo Pancho", contratista nicaragüense para el que trabajan Calero, Herminio y José Francisco en Mamita Yunai, es mucho más decente y considerado que sus iguales ticos. Autobiografía novelada Tengo entendido que Marcos Ramírez es considerado un libro de aventuras infantiles. ¡Qué estrecha esta visión! A mí me parece más bien el primer tomo de una autobiografía novelada, pues ahí tenemos a un hombre adulto que abre para nosotros, con sencillez y honestidad, el saco donde carga su pasado. Así por ejemplo, el libro empieza con un relato del linaje de los Ramírez (cosa que desde luego no tiene ningún interés para los niños). Las escenas del levantamiento popular contra la dictadura de los Tinoco son otro ejemplo del carácter "autobiográfico" del libro, y revelan que Fallas lo escribió para lectores adultos, no para chiquillos. Lo mismo puede decirse de la escena en donde una muchacha abusa sexualmente de los niños. Creo que toda la obra de Fallas puede leerse en esta misma clave de "autobiografía novelada". El uso casi permanente de la primera persona del singular es un indicador más de ello. En las páginas de sus libros podemos reconstruir la trayectoria vital de ese niño extraordinario, hijo "natural" de una mujer campesina, nacido en Alajuela y criado entre esa ciudad y San José, lector infatigable, terco, rebelde y soñador, que cursó hasta segundo año en el Instituto de Alajuela y que, muchacho aún, marchó a la zona bananera para buscar su vida y su destino. Por su obra literaria sabemos también de los trabajos, humillaciones y sufrimientos que ahí enfrentó, y de sus andanzas posteriores como trabajador agrícola en las cercanías de Turrialba, cuando la United Fruit Company trasladaba su actividad bananera a la costa del Pacífico. Aunque en diversas ocasiones manifestó su propósito de escribir una roja literatura edificante acerca de sus luchas como dirigente de la gran huelga bananera de 1934, como combatiente de los batallones comunistas durante la Guerra Civil de 1948 y de la posterior represión que él y sus camaradas sufrieron, lo cierto del caso es que en su obra literaria vemos más bien poco de todo ello. Será tal vez porque, junto al valiente luchador social que fue, había en su corazón un auténtico y profundo escritor, y para dicha nuestra, Calufa siempre supo distinguirlos. Tomado de Ancora, Periódico La Nación. * Escrito en el año 2001. Mamita Yunai fue escrita en 1940 y publicada en 1941.

2 comentarios:

Malasombra dijo...

Buena nota las reseñas de Calufa. Espero encontrar nuevas historias de otros autores. pinta bien el blog. Saludos.

Carlos Luis Fallas c.c Calufa dijo...

Buena Nota!
gracias por la visita...