29.1.07

Gran marcha el próximo 26 de febrero .

Esta fecha la hemos escogido sobre la base de una estimación de cuándo es el momento más probable de que el TLC esté en el plenario legislativo, se ha consultado con la gente que conoce de las dinámicas de los procesos legislativos y esa parece ser la mejor fecha, también se ha consultado con un amplio sector de organizaciones gremiales, empresariales y estudiantiles y es casi un consenso que esa es la mejor fecha.

HAY ALGO EN QUE DEFINITIVAMENTE TODOS ESTAMOS DE ACUERDO:

ESTA MARCHA NO SERÁ LA ÚNICA ACTIVIDAD QUE SE HAGA; SIMPLEMENTE SEÑALA EL INICIO DE UN CONJUNTO DE ACTIVIDADES EN ESTA ETAPA DE LA LUCHA .

Posteriormente se realizarán actividades en las comunidades, dependiendo de cómo se vaya presentando la batalla. Se arranca con la marcha, luego vienen las manifestaciones locales.

Se está tratando de precisar la hora de la convocatoria, pues se deben considerar varios factores: No puede iniciarse muy temprano, para dar tiempo a que lleguen los grupos que vienen de zonas alejadas de San José. No puede terminar muy tarde, para que estas personas puedan regresar a sus casas el mismo día.

La convocatoria a la marcha se hará en una conferencia de prensa que se efectuará dos semanas antes. Un grupo de personalidades del mundo académico, cultural, político y empresarial lanzarán la convocatoria, la cual será respaldada por las organizaciones gremiales y sociales.

Sin embargo, desde ya Usted puede tomar varias iniciativas.

EL PODER DE UNO es la traducción de una frase que usan los gringos (The power of one) para resaltar la importancia de lo que puede hacer una persona sola. Típicamente señala a gente que ha logrado grandes proezas por sí solas: Levantar una empresa, lograr que se apruebe una ley, etc. Eso es simplemente un reflejo de la cultura individualista gringa, reflejada en su cine y TV; el super héroe que salva al mundo: Superman, Wonderwoman, Batman cada uno de ellos(as) SOLOS salvan al mundo del villano. El gran detective por sí solo resuelve el caso, el supersoldado solito acaba con todo el ejército enemigo, etc.

Pero Usted y yo no somos superhéroes, para nosotros EL PODER DE UNO debe ser más bien

EL PODER DE UNO MÁS UNO

El poquito que usted puede aportar a la lucha más, el poquito que aporto yo PUEDEN MARCAR LA DIFERENCIA EN LA LUCHA POR DERROTAR EL TLC.

Sobre la base del granito de arena que miles de personas hemos venido aportando es que vamos levantando el muro para detener al TLC, por eso es muy importante que usted tome la iniciativa.

Queremos proponerle una meta muy simple:

Trate de llevar a la marcha a alguna persona que NUNCA

haya participado en las marchas contra el TLC .

¿Quién puede ser? Usted, sabrá. Una tía, su abuelito, una vecina, un compañero de trabajo. Decida a que personas invitará y empiece a convencerlas desde ya, tiene casi un mes para lograrlo.
Recuerde que según las encuestas, cerca del 60% de los costarricenses está contra el TLC, es decir, hay más de millón y medio de adultos costarricenses que están contra el TLC, hay bastante de donde escoger. Si de cada veinte personas que están contra el TLC solo una persona asiste a la marcha, estamos hablando de 75000 personas. Una manifestación como nunca antes se ha visto en Costa Rica.

Hay otras cosas que también puede hacer desde ahora. Inicie en su comunidad los contactos con las personas que usted ya conoce que muy probablemente asistirán a la marcha. Traten de organizarse para que los que viajan en carro vengan con varias personas. Las organizaciones gremiales pondrán buses desde varias localidades para transportar a sus afiliados, traten de ponerse en contacto con las personas encargadas para que se aprovechen todos los campos disponibles. En el caso de que en su comunidad no va a haber buses de los sindicatos, estudien la posibilidad de contratar uno por cuenta de ustedes.

En esta marcha se pretende también lograr algo diferente de lo sucedido en marchas anteriores, en las cuales, una vez que se llega al lugar de destino la gente casi inmediatamente se dispersa. Esta vez se procurará tener una tarima principal desde la que se dirigirán algunos mensajes y presentación de actividades artísticas. Por favor trate de llevar algún refresco y sándwiches, para que el hambre no lo obligue a retirarse. Prepare otros detalles, como el tomar vacaciones ese día, si no pertenece a algún sindicato, trate de ir a la marcha con camiseta blanca, etc.
RECUERDE QUE NO EXISTE UNA ORGANIZACIÓN CENTRAL CAPAZ DE RESOLVER TODOS LOS DETALLES QUE REQUIERE ESTA LUCHA. SOLO SI CADA PERSONA TOMA LA INICIATIVA PODREMOS VENCER.

"Nadie está obligado a cooperar en su propia pérdida o en su propia esclavitud, la Desobediencia Civil es un derecho imprescriptible de todo ciudadano."
Mahatma Ghandi

27.1.07

Convocatoria al IV ENCUENTRO CENTROAMERICANO DE ESCRITORES

El Área de Literatura de la Unidad de Cultura del Centro Académico San José del Instituto Tecnológico de Costa Rica, retoamando el proyecto lanzado en el año 1999 por la entonces revista FRONTERAS, hace pública la convocatoria al IV ENCUENTRO CENTROAMERICANO DE ESCRITORES* a celebrarse en la CASA CULTURAL AMÓN (250 norte del hotel Aurola Holiday Inn), durantes los días 11, 12, 13, y 14 del mes de abril, dedicado al poeta nacional JORGE DEBRAVO en el 40 aniversario de su muerte.

Tendremos invitados de todos los hermanos países centroamericanos y una amplia delegación literaria costarricense. Las lecturas y actividades principales se desarrollarán en, además de la Casa Cultural Amón, bares y restaurantes del histórico barrio Amón así como en San Pedro de Montes de Oca y en las ciudades de Alajuela, Heredia, Cartago y Liberia.

Para mayor información al tel 257 0470 extensión 105.

Adriano Corrales Arias
Coordinador General.
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*

Instituto Tecnológico de Costa Rica

Escuela de Cultura y Deporte.

Unidad de Cultura Centro Académico de San José.



PROYECTO

ENCUENTRO CENTROAMERICANO DE ESCRITORES

JORGE DEBRAVO in memoriam



Adriano corrales Arias

(Proponente y coordinador general)





Antecedentes y justificación:



El Encuentro Centroamericano de Escritores es una aspiración que cuenta ya con una historia respetable. La revista FRONTERAS, que entonces dirigía el proponente del proyecto en la Sede Regional San Carlos, convocó, en el año 1999, a un Encuentro de Poetas Nicaragüense y Costarricenses, como homenaje in memoriam al poeta nicaragüense José Coronel Urtecho, quien vivió más de 30 años en el norte de nuestro país. El mismo se celebró en Ciudad Quesada de San Carlos y en Los Chiles, Frontera Norte, donde se declaró al poeta Coronel Urtecho Hijo predilecto del Cantón, pues allí descansan sus restos.



En el año 2001, en San José, específicamente en el CENAC, se celebró el II Encuentro de Escritores Costa Rica- Nicaragua, al cual asistieron delegaciones de El Salvador y de México, además de un nutrido grupo de escritores costarricenses y nicaragüenses. En dicha ocasión, conjuntamente con la Memoria del Encuentro, se editó una antología de poesía denominada Poesía de fin de siglo: Nicaragua-Costa Rica.



En ese II Encuentro se decidió que el mismo se convertiría en un Encuentro Centroamericano de Escritores y se organizaría, rotativa y anualmente, en cada capital de nuestros países, entendiendo que los escritores de la sede correspondiente se encargarían de hacerlo. El III Encuentro se llevó a cabo, con mucho éxito, en Managua, Nicaragua, con delegaciones de todo el istmo en el año 2002. El IV debió celebrarse al año siguiente en El Salvador, pero sus organizadores no lograron producirlo por problemas internos. Debido a ello el encuentro se estancó.



Hoy las condiciones socioculturales del istmo centroamericano nos urgen a continuar con programas de acercamiento entre nuestras respectivas culturas. Por eso, como creadores y promotores de este proyecto, hemos decidido revitalizarlo convocándolo anualmente pero con sede fija: San José, concretamente el Centro Académico de San José del ITCR. Pensamos realizarlo durante el mes de abril, justamente en el momento de las celebraciones del 11 de abril, fecha importantísima para la historia patria centroamericana, pues recordamos la defensa de nuestra soberanía con la derrota de los invasores anexionistas. Creemos que esas efemérides son un marco idóneo para reagrupar nuestras respectivas naciones desde la cultura, específicamente desde la literatura, reuniendo a sus mejores creadores. Proponemos las fechas 11, 12, 13 y 14 de abril como ideales para realizar este IV Encuentro Centroamericano de Escritores.





El formato del Encuentro será de lecturas de poesía y narrativa, cuyo asiento y sede principal será la Casa Cultural Amón en el Centro Académico de San José. Pero las mismas se llevarán a cabo no solamente en San José y alrededores, sino en otras ciudades tales como Alajuela, Heredia, Cartago, Liberia, Ciudad Quesada, Turrialba y San Ramón, de acuerdo a las coordinaciones que logremos efectuar con grupos, organizaciones, gobiernos locales, centros culturales, museos, e instituciones educativas de esas comunidades. Las sedes centrales y regionales universitarias del CONARE serán de un gran apoyo en ese sentido. Pero además, realizaremos un Foro Centroamericano para conocer el estado de las literaturas centroamericanas. Para ello se les solicitará a los participantes la elaboración de una ponencia al respecto.



Durante cada evento, como gesto de acercamiento con otras realidades culturales de nuestro entorno regional, se procurará invitar a dos escritores de otras regiones continentales, tales como el Caribe, Sur y Norteamérica, como invitados especiales.





Objetivos:



1. Conferirle continuidad a los encuentros centroamericanos de escritores, ofreciendo el Centro Académico de San José como sede permanente.

2. Estimular, crear y desarrollar espacios para el acercamiento de los países centroamericanos a través del reconocimiento de nuestras culturas y sus prácticas literarias.

3. Promover el re-conocimiento de las diversas prácticas literarias centroamericanas entre nuestros estudiantes, funcionarios y miembros de la comunidad metropolitana y nacional.

4. Posibilitar el intercambio interpersonal, académico y comercial entre las diferentes publicaciones y empresas editoriales centroamericanas.



Metas:



1. Reunir al menos 15 escritores procedentes de Centroamérica en el año 2007.

2. Involucrar como coorganizadoras, colaboradoras o patrocinadores, a otras organizaciones, instituciones, gobiernos locales, y empresas privadas en el proyecto.

3. Editar una Memoria del Encuentro con las ponencias y lecturas más representativas.

4. Organizar una pequeña feria del libro y de la revista centroamericana en las instalaciones del Centro Académico de San José.



De los participantes:



Para la IV edición del año 2007 estaremos invitando a 3 escritores por país. Los mismos deberán financiarse el pasaje desde su país de origen. La organización del encuentro se compromete a ofrecerles hospedaje, alimentación y transporte interno de ser necesario. Si algún escritor desea participar asumiendo los gastos de estadía será bienvenido, siempre y cuando lo informe con antelación. Por el país anfitrión se hará una invitación especial a seis escritores por encuentro con motivo de las lecturas, lo que no quiere decir que en el mismo puedan participar cuantos así lo deseen. En las diversas localidades donde se organicen lecturas podrán participar, de acuerdo a la organización local, escritores de esos sitios.




Poeta es el hombre que:
"comprende sin esfuerzo y sin dudas
el misterioso idioma de las flores
y de las cosas mudas".
Charles Baudelaire.

"Poeta es quien con el corazón las voces interpreta"
Rubén Darío

22.1.07

Agenda Colectivo CALUFA.

Enero

SÁBADO 27

Taller de No violencia Y Desobediencia civil.
Lugar: Musade, frente Emergencias Hospital de San Ramón.
Hora: 9 AM
Telefono: 445 48 85
Correo electrónico:
musade@ice.co.cr
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DOMINGO 28

Bingo
Coordinadora NO TLC Alajuela.
Lugar: Casa don Ricardo Araya:
de la Bohemia Bar al frente de la Iglesia La Agonía
125 mts al este en la casa que queda detrás de
Hamburguesas el Molino Alajuela.

Hora: 2 PM
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Febrero



¡Apuntese!
Tenemos campo y corrimos la fecha



Viaje a Tonjibe Reserva Maleku. San Carlos.

Organiza: Grupo Cultural Los Pioneros.
Costo: 5000 colones, no incluye alimentación.
Propósito: conocimiento de la cultura, la zona indígena.
Contacto: con Salvatore Campos Umaña.
Telf: 389 75 54/438 04 57
Correo electrónico:
spyderman21@latinmail.com

Festival Guasimo, Río Jiménez, Pocora.
Sábado 17 domingo 18
NO TLC.
Contactos:
grupocalufa@gmail.com
Marlen Vargas: 7100720

(Actividad Pendiente a confirmación de nuestra participación)
22 ASAMBLEA
Concentración social, cívica, de lucha.
Lugar: Estadio Nacional.
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Marzo:
(Mes sin actividades en agenda hasta el momento)

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Abril:

1 Domingo, Festival Cultural Calufa.
Lugar: Atenas.
Percusión, fuego, música, poesía.

11-15

Lugar Biblioteca Alajuela.
Encuentro Centroamericano de Escritores.
Contacto: Adriano Corrales.
Tel: 3736899
Correo:
cazadelpoeta@yahoo.com
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(Se le recuerda al público en general que el próximo 1 de Febrero la Coordinadora Alajuelense contra el T.L.C cambiará el lugar de sus reuniones a el nuevo local en los altos de la Óptica Central que queda 25 sur del Parque Juan Santamaría en Alajuela Centro, los días de reunión se mantienen todos los jueves a las 6.00pm)





In Memorian IV

El retablo de Calufa
Rodrigo Soto G.

Releer al escritor costarricense Carlos Luis Fallas revela apreciaciones nuevas y oportunas cuando su novela emblemática, Mamita Yunai, cumple 60 años.* Una nueva lectura de la obra del gran escritor costarricense Carlos Luis Fallas (1909-1966), se impone en la época de la postguerra fría, no para despolitizarla y hacer de ella algo neutral y ascéptico (cosa por demás imposible), sino para ir a su encuentro despojados de las anteojeras y prejuicios propios de la confrontación ideológica, política y militar en que el autor la produjo, y que marcó tan hondamente su propia vida. Con las notas que siguen no pretendo demostrar una tesis, sino compartir impresiones acerca de la reciente relectura de algunos de sus libros, y convidar a una aventura que garantizo será gratificante para quien la emprenda. El gran tema literario de la mayoría de los autores de la generación del medio siglo (Fallas, Dobles, Marín Cañas, Salazar Herrera, Herrera García y, en menor medida, Gutiérrez) es la vida del campesinado y de los trabajadores agrícolas. Cada uno de ellos lo abordó desde diferente ángulo, de modo que en conjunto nos heredan una imagen completa de lo que fue la vida de los hombres y mujeres de las zonas rurales durante la primera mitad del siglo XX. Cultura popular La impresión que me deja la relectura de los libros de Calufa es que, junto a la "literatura militante" que se propuso escribir, existía un proyecto estético de mayor envergadura: recrear, en un gran "fresco", la cultura popular de la primera mitad del siglo XX, sobre todo en sus formas rurales y campesinas. Sin pretenciones sociológicas ni de ningún otro tipo, sino a partir de la recuperación de su propia experiencia vital, Calufa construye en sus obras un enorme "retablo" narrativo que, a la manera de las pinturas de Brueghel, se compone de múltiples escenas, de gran cantidad de personajes y de descripciones puntillosas hasta en sus detalles más nimios. Por supuesto el retablo comienza con el mismo lenguaje campesino: la recreación del habla popular que realiza Calufa es fresca, hermosa y profunda, como las pozas de los ríos donde se bañan los personajes de sus libros. Pero va mucho más lejos, pues Fallas reconstruye minuciosamente sentimientos y costumbres, y a menudo se toma el cuidado de consignar variedades animales y vegetales, formas del trabajo y de lo que de manera pedante podríamos llamar "prácticas culturales". Un ejemplo son las serenatas, que una y otra vez aparecen en sus libros, y de las que a menudo transcribe estrofas completas de canciones perdidas en el tiempo. ¿Alguien ha pensado alguna vez en Calufa como "folclorista"? Sus descripciones de las tareas agrícolas son las más convincentes que jamás haya leído. Inolvidables, por ejemplo, son las imágenes de la forma como palea Calero, en Mamita Yunai: "Fuera arcillosa o suelta la tierra, él sacaba la palada con un enorme cucurucho y la revoleaba altísimo; y allá iba en el aire, describiendo un arco cerrado, dando vueltas sobre sí misma sin que se le desprendiera un terroncito siquiera y hasta con la entrada del cabo dibujada, a caer sonoramente sobre el relleno". A menudo da la impresión de que para Fallas es esencial demostrar al lector que conoce a cabalidad cada una de las cosas que describe, que no nos está cuenteando, como en las minuciosas, casi obsesivas descripciones de los trabajos dinamiteros que leemos en Gentes y gentecillas y en Mamita Yunai. No menos memorable es la descripción de los peces que pescan con dinamita en el río los personajes de Mamita Yunai: las machacas, "de un verde tornasolado, pero que no sirven nada más que para sopa por su gran cantidad de finísimas espinas; metidas dentro de una bolsita de manta y bien hervidas, dan un caldo delicioso y nutritivo"; los bobos "de panza blanca y cuerpo de un negro lustroso que se iba opacando al secarse al aire el grueso pellejo"; los tepemechines "medianos y lambuzos, de escamas menuditas y grisáceas; y las escasísimas guabinas, punteadas hacia la cola y cabezonas, con cerdas gruesas en el ancho hocico y una bolsa blancuzca pegada a la barrigaÖ" ¿No parece esta meticulosidad más propia de un naturalista en afanes descriptivos que de un dirigente político urgiéndonos a la revolución social? La práctica de pescar con "bomba" en los ríos resulta escandalosa hoy en día, pero algo de conciencia ambiental no le faltaba a nuestro autor, pues en el mismo libro hace exclamar a uno de sus personajes, ante el espectáculo de millones y millones de metros cúbicos de robles y cedros y laureles que se pudren de abono para el banano: "Hasta el clima nos van a cambiar botando las montañas". La recreación que del mundo rural y campesino plasma Calufa no es externa, surge de los mismos valores y de una mirada afín a la de sus personajes. En otras palabras: Calufa no solo habla de lo rural, sino desde lo rural; no habla solo de los trabajadores y campesinos, sino como campesino y trabajador. Esta es la médula de su obra, su singularidad y belleza, y por ello puede equipararse, en cierta forma, con la que en el campo poético iniciará Debravo un par de décadas después. Por ello, no debe sorprendernos que cuando Calufa trata con personajes de otra condición social, su dibujo tienda a ser más inseguro y su mirada más distante, como en el retrato satírico de las señoras "de sociedad" que sufren su "destierro" en la hacienda de Gentes y gentecillas. Identidad y alteridad Mientras trabaja en una hacienda en las cercanías de Turrialba, Jerónimo, el joven protagonista de Gentes y gentecillas, evoca su casa familiar en Heredia. Con la misma maniática minuciosidad que el autor ha desplegado en otros momentos, Jerónimo describe a lo largo de varias páginas cómo están dispuestos los aposentos, los materiales utilizados en la construcción, los árboles frutales que crecen en el solar, la cría de abejas para miel, las plantas cultivadas por su madre, las gallinas y los gallos, los cerdos y los perros, etc. Se trata, ni más ni menos, de una escenificación insuperable de lo que, ya en en 1939, Yolanda Oreamuno llamaba burlonamente el "mito religioso de la tierra muy repartida, la casita pintada de blanca y azul y el pequeño propietario de chanchos y gallinas que lleva al cuello un pañuelo colorado". Fallas nos revela así que esta visión idílica, en la que muchos historiadores recientes ven poco menos que una invención descarada para manipular a los costarricenses, brota, mana, emerge directamente del imaginario campesino. Será tal vez porque la distancia -sea temporal o geográfica-, nos lleva a idealizar aquello que evocamos, y cuanto más lejano sea el pasado, más lo convertimos en mito. Un detalle que no pasa inadvertido es que, salvo los indígenas de Talamanca que aparecen en Mamita Yunai, los trabajadores rurales de los libros de Calufa saben leer y escriben cartas a sus parientes. ¿En cuántos países de América Latina es verosímil esta escena? Se ha dicho que en la obra de Fallas y en la de algunos de sus compañeros de generación, la representación literaria del país desborda los límites del Valle Central y se expande hacia ambas costas. Al hacerlo, el campesino meseteño entra en contacto con "las otras costa ricas": la negra, la indígena, la de los inmigrantes chinos, etc. En los libros de Calufa, indígenas y negros figuran como algo extraño, incomprensible y ajeno, como "la alteridad" del tico-meseteño: "Cantaban en inglés, formados en rueda, una canción salvaje y monótona y se acompañaban dando palmadas con las manos y pateando con ritmo en el sueloÖ", dice de los trabajadores de origen jamaiquino en Mamita. Y en ese mismo libro, de los indígenas talamanqueños: "Gritaban en indio, en inglés y en español. (Ö) Los hombres se acercaban a las mujeres y, sin decirles nada ni alzarlas a ver siquiera, las cogían de la mano, tiraban de ellas hacia el centro y comenzaban a imitar, torpemente, pasos de son o de fox sobre el irregular y sucio piso de maquengue. Bailaban también hombres con hombres e indias con indiasÖ" El carácter ominoso y amenazante de estas imágenes no requiere comentario. Por cierto que para los personajes de Calufa, uno de los atributos infaltables de la belleza femenina, es la blancura de carnes. Más blanca una mujer, más bella y atractiva resulta. Para encontrar una explicación, basta remitirnos a Marcos Ramírez: "Mi madre era entonces una mujer muy hermosa, alta, blanca y de abundante y negra cabellera que, cuando ella se la soltaba para peinarse, le caía hasta las rodilla"s. Ahora que tanto escándalo se hace de la inmigración nicaragüense, conviene releer Mamita Yunai, en donde Fallas nos recuerda que la presencia de trabajadores de esa nación es antigua y ha sido siempre importante para el país. Por cierto que el "cabo Pancho", contratista nicaragüense para el que trabajan Calero, Herminio y José Francisco en Mamita Yunai, es mucho más decente y considerado que sus iguales ticos. Autobiografía novelada Tengo entendido que Marcos Ramírez es considerado un libro de aventuras infantiles. ¡Qué estrecha esta visión! A mí me parece más bien el primer tomo de una autobiografía novelada, pues ahí tenemos a un hombre adulto que abre para nosotros, con sencillez y honestidad, el saco donde carga su pasado. Así por ejemplo, el libro empieza con un relato del linaje de los Ramírez (cosa que desde luego no tiene ningún interés para los niños). Las escenas del levantamiento popular contra la dictadura de los Tinoco son otro ejemplo del carácter "autobiográfico" del libro, y revelan que Fallas lo escribió para lectores adultos, no para chiquillos. Lo mismo puede decirse de la escena en donde una muchacha abusa sexualmente de los niños. Creo que toda la obra de Fallas puede leerse en esta misma clave de "autobiografía novelada". El uso casi permanente de la primera persona del singular es un indicador más de ello. En las páginas de sus libros podemos reconstruir la trayectoria vital de ese niño extraordinario, hijo "natural" de una mujer campesina, nacido en Alajuela y criado entre esa ciudad y San José, lector infatigable, terco, rebelde y soñador, que cursó hasta segundo año en el Instituto de Alajuela y que, muchacho aún, marchó a la zona bananera para buscar su vida y su destino. Por su obra literaria sabemos también de los trabajos, humillaciones y sufrimientos que ahí enfrentó, y de sus andanzas posteriores como trabajador agrícola en las cercanías de Turrialba, cuando la United Fruit Company trasladaba su actividad bananera a la costa del Pacífico. Aunque en diversas ocasiones manifestó su propósito de escribir una roja literatura edificante acerca de sus luchas como dirigente de la gran huelga bananera de 1934, como combatiente de los batallones comunistas durante la Guerra Civil de 1948 y de la posterior represión que él y sus camaradas sufrieron, lo cierto del caso es que en su obra literaria vemos más bien poco de todo ello. Será tal vez porque, junto al valiente luchador social que fue, había en su corazón un auténtico y profundo escritor, y para dicha nuestra, Calufa siempre supo distinguirlos. Tomado de Ancora, Periódico La Nación. * Escrito en el año 2001. Mamita Yunai fue escrita en 1940 y publicada en 1941.

21.1.07

In Memorian III

Anécdotas de Don Joaquín Gutiérrez sobre Calufa
Hijo de un malagestado zapatero y una dulce campesina de Alajuela, era de hombros anchos y muy fuerte. Cuando lo conocí ya había tenido una notable participación, al lado de Manuel Mora, en la gran huelga bananera de 1934 contra la United Fruit Company, adonde años antes había ido en busca de trabajo. Y desde entonces gozaba entre los linieros*, de un gran prestigio por su rectitud, efervescencia y valor personal. No ocultaba un ligero menosprecio por los ‘intelectuales’, considerándonos incapaces de las tareas bravas a las que él estaba acostumbrado, y llegando a veces, francote que era, a reprochárnoslo. Era común encontrarlo en el local del Partido —allí incluso tenía un improvisado dormitorio (un colchón en el suelo)— o de visita en casa de Carmen Lyra. Exageraba su tosquedad de un modo un poco infantil, para así dejar muy en claro que él no era un ‘intelectual’, afán este en que a veces se le pasaba la mano. Recuerdo la vez en que Carmen Lyra, que tenía su pelo muy ralito, para cubrir un asomo de calvicie se había tejido un gorrito de ¡ana verde, de un verde muy verde, y Calufa apenas la vio le dijo delante de todos: —Ay, ay, ay, miren a Chabela, igualita a una lora!— lo que a ella le humedeció los ojos y a él lo hizo sentir mal, tanto que al poco rato y sin despedirse de nadie en la tertulia, se levantó y se fue.
* Linieros: los trabajadores de las fincas situadas a lo largo de cualquier línea del ferroca rri al Atlántico.
Su gran amigo y compinche era Amoldo Ferreto, el otro dirigente, segundo de Manuel. A ambos les encantaba ir a escondidas los sábados —el día en que recibían los pinches pesos semanales que les podía dar el Partido— a beberse unos tragos para ir después, ya “entonados”, a cualquier calle solitaria y oscura a ‘sacarse la madre’ a puñetazos, en lo que ambos se sentían mejores que Primo Camera. Esto, eso sí, hasta la vez en que llegaron a tal extremo que el Partido tuvo que ponerse serio y amenazarlos, incluso con la expulsión, si no dejaban esa estupidez.
Calufa fue el primero en tomar la palabra. —Yo les juro, camaradas, —comenzó— que si me tomo un trago más me pego un tiro.
Y aquello fue preocupante, porque todos sabíamos que era hombre muy capaz de hacerlo. Pero tuvo la fuerza de voluntad de frenar y no volver, en una larga temporada, a tomarse un trago.
Una de las veces que volví desde Chile a Costa Rica pregunté por ellos dos. De él me dijeron que estaba en Alajuela, viviendo en la casa de “sus famosas tías”. El partido le había dado tres meses de permiso para que allí escribiera otra novela.
Entonces fui allá a buscarlo y di con la casa. —,Está Calufa?
—Sí —me contestó muy sonriente una viejita. —Pero pase adelante; debe estar en el jardín.
Con sus dos tías solteronas y consentidoras vivía temporadas, y esta vez con el propósito de escribir una novela.
Pasé adelante y me lo encontré en un gran jardín, en medio de dos rosales, sentado en una rica poltrona y leyendo con una escopeta en el regazo.
—Ay, carajo, Quincho, qué desgracia que me encontraste —me dijo al ver- me—. Y ¿por qué volviste de Chile? Si estábamos todos felices sabiéndote lejos.
Le encantaba simular grosería.
—Desgraciada será tu pobre tía abuela, —le dije— que tiene que aguantarte de vago. Te manda el Partido para que escribás otra novela y no te veo ni un lápiz cerca.
—Nojodás. Así les ayudo mejor a mis tías, las pobres tienen panales y se defienden vendiendo la miel, pero hay unos hijueputas pajarillos que se comen a las abejas en mero vuelo.
—,Y qué?
—Que yo así mejoro la producción de miel para las tías, porque cada pa- jarillo de esos que veo me lo apeo de un tiro.
—Y eso es todo lo que hacés, gran vago?
—Sí, porque ya tengo planeada una novela. Solo me falta escribirla.
—Ah, menos mal que solo es eso lo que te falta.
— Dejá eso! Qué bueno que viniste. Porque hace mucho que no voy de cacería. Todavía quedan venados por el volcán Barva y si algo me gusta en esta puta vida es la carne de venado.
—Yqué?
—Que te invito a ir. ¿Cuándo vamos?
—Cuando digás.
—Ah, no sé. Cuando vos digás.
—Bueno, pero es que yo...
—Ya vas a salir con excusas. Y nos va a dar hambre. Y vos tan grandote debés comer mucho. Y yo estoy chonete, sin un cinco. Y tenés que traerme una caja de tiros bala U, porque se me acabaron con las putas abejas. Dos cajitas mejor, para que vos también gastés haciendo blancos. Y una botellita de ron pa’l frío. Y claro que también algo para la mastica, porque arriba en el volcán el frío es del carajo y se le abre a uno un apetito bárbaro.
—Y vos qué vas a llevar?
—Yo? Ah, no jodás, Quincho, si seguís de tacaño no te llevo.
—Bueno, pero ¿qué vas a poner de tu parte? ¿Los chicles?
—No, el conocimiento de la ruta, porque si vos vas solo te pegarías una perdida del carajo y a lo mejor hasta te caés distraído en el cráter y...
Y todo resultó casi así. Partimos el domingo, llegamos hasta el camioncillo y de ahí seguimos a pie hasta encontrar un ranchito. Yo ya iba medio muerto: ¡el bárbaro había hecho la subida casi corriendo! Y yo, que venía de Chile, de trabajar sentado todo el día traduciendo cables, ya ni jadeaba del cansancio.
—,Te diste cuenta? —me dijo- Bueno, paremos. Pero mañana hay que levantarse muy de madrugada, porque si nos atrasamos, cuando lleguemos al volcán va a estar ya todo nublado y no vamos a ver ni mierda.
—Y ¿en qué dormimos?
—,Quéééé?
—Que en qué dormimos.
—Por qué? ¿Te hace falta un suelo más grande? Y dormí apurado, porque hay que levantarse a las tres. Yo te despierto.
Ni disparándome un tiro al lado de la oreja me hubiera despertado. Pero cuando abrí los ojos él ya no estaba. Me quedé pereceando dando vueltas hasta que lo oí de pronto.
—Vení, Quincho, ayudame! Ya bajé dos ancas, pero ahora me tenés que ayudar con el resto.
Creo que nunca en mi vida, ni en el pasado, ni en el futuro, ni en el apodíctico sincrético, me tocó trabajar tanto como en un solo día de mi vida. Mi hermosa excursión se había convertido en una noche durmiendo, medio muerto de frío, en un suelo pelado, y en hacer de mula de carga, arrastrando unas cabronas ancas de un venado, hijo de la venada más reputa que ha habido nunca en todos estos meridianos. Pues en eso, y en nada más por suerte, consistió mi estupenda excursión de cacería con Calufa, para ir a ver el volcán Barva, que a fin de cuenta tampoco vi, porque estaba totalmente nublado.
Sí, sí, Calufa, pero no te podés imaginar cómo te agradezco esa excursión.
*
* *
Meses después me repetí otra excursión con Calufa, esta vez a pescar bobos con dinamita en el Pacuare, el río más hermoso de toda la zona Atlántica.
Y esta vez a Calufa le pasó una muy gorda.
Reconozco que es una brutalidad pescar con dinamita —me dijo—, porque matás mil peces y uno a lo más se come una docena.
Se prepara la candela de dinamita y se le amarra una tabla, para que no explote muy abajo, cerca del fondo y con poca eficacia, porque lo atenúa el peso mismo del agua. Además un fierro pesado, para que no se quede cerca de la superficie y la explosión solo produzca un enorme surtidor. Lo ideal es que la explosión tenga lugar más o menos a la mitad de la hondura.
La explosión que prepararon los dos peones que nos acompañaban estuvo perfecta. Lo sabían hacer muy bien. Explotó la dinamita y, como si el río se hubiera inflado, el agua se levantó y quedó unos segundos como un inmenso ojo de agua en el centro del río, y después de unos segundos se desplomó.
Inmediatamente después de la explosión hay que lanzarse al río de zambullida y se ven a los peces flotando, más o menos a media profundidad. Unos muertos del todo, y otros solo atontados. Para cogerlos, como casi todos vienen boquiabiertos con la explosión, hay que meterles un dedo en la boca, volver a la superficie. tirarlos al playón de la orilla y volver por otros. Algunos, que solo vienen medio aturdidos, al ir a cogerlos se te escapan.
El ejercicio es agotador. Si uno tiene conciencia ecológica, mejor no lo practique. Y silo practica piense que el pez grande siempre se ha comido al más chico, y que usted, de ser pez, estaría entre los grandes.
Por último, en cosa de pocos minutos se consigue una cantidad de peces muchas veces mayor que si se pesca con anzuelo, sin añadir que el anzuelo le debe causar una horrible herida en la boca antes de morir al pobre pescadito, que además sale a la superficie con un fierro atravesado en la misma herida.
¿Y ahora? ¿Qué pasaba con Calufa? ¿Por qué aún no salía de la poza? Comencé a alarmarme. ¿Qué podía haber pasado? Después me lo contó. Estalló la dinamita, se tiró de zambullida detrás de un pez grandote que nadaba de medio lado, como atontadillo con el bombazo. Lo siguió, le dio otro manotazo y se le volvió a escapar. Lo siguió más, ya con poco aire pero mucha rabia, y cuando ya lo tenía por fin agarrado, sospechoso de por qué la poza se había oscurecido tanto, de repente tocó hacia arriba con la mano. ¡Mierda!:
una cueva. Se había metido en una cueva. La grandísima puta, madre de todas las putas —pensó Calufa— Si en vez de tocar con la mano hubiera dado un talonazo para subir, me parto el coco.
Y nadó de espaldas hacia atrás, desesperado, con solo una pizca de aire. Y dio un último talonazo con todas sus fuerzas, pensando durante un segundo que si todavía estaba en la cueva bajo la roca: ¡Buenas noches los pastores, vamos a Belén, para acompañar al niño que se metió en un harén!
—Deja de cantar eso, hereje! ¡No viste que casi se venga Dios de tus herejías!
—;Hijueputa pescado! Ahora me lo debía comer yo solo.
Una noche tuvimos una reunión de Partido en casa de Carmen Lyra. Fue muy larga, con mucha discusión y muchos cigarrillos... Al terminar, salí con Calufa y nos fuimos caminando por la avenida sétima hacia el oeste. Había un crepúsculo de maravilla, el cielo entero era un incendio! Ibamos callados, abrumados ante tanta belleza, y de pronto Calufa dijo: —La tarde está para andar baboseando de la mano con una chiquilla. ¡Y no con vos, desgraciado!—
—No le contesté. Llegamos a la esquina —Para dónde seguís vos? ¿Por aquí?,—le dije. —No —respondió—, yo voy pal otro lado! Chao, chao.
Como un año después lo volví a ver en Moscú. Le había salido una pelotita en la ingle y fue donde un médico amigo en San José quien le dijo: No me gusta tu pelotita, yo que vos me la sacaría. —,Cuándo? —Mañana. —No puedo, tengo que partir a la Unión Soviética. Y, si tengo que operarme, mejor me opero allá. —Yo hubiera preferido operarte mañana aquí, le dijo el médico. —No, no, ya te digo que no puedo.
Viajó entonces, primero a Cuba. Ahí tenía que verse con alguno de los altos. No era fácil conseguir la cita y se pasó unos tres días esperando. Allí se le abrió el cáncer, y él mismo se lo taponeó con papel de guáter, “pa’no molestar”. Cuando llegó a la URSS, me buscaron los soviéticos para decirme: —Tu camarada tiene un cáncer generalizado, tenés que ir a verlo... Pero no demasiado seguido para que no sospeche su gravedad—. Además, pensé, él tan conversador, y si está en una sala con solo rusos no tiene con quien charlar... Fui. Ya habían llamado a Zaira, la esposa, a la cual hacía poco tiempo se le había muerto una hija. Cuando lo fui a ver, Zaira ya había llegado y no podía evitar el llanto. El creyendo que ella lloraba por la hija que había perdido en Costa Rica, la consolaba. Y lo mandaron los rusos de vuelta a Costa Rica, donde sobrevivió solo unos pocos meses. Tenía solo cincuenta y cinco años. Pero lo sigo viendo y oyendo. ¡Era un gran personaje, todo nobleza, todo valor!





20.1.07

In Memorian II

erechos de autor—, conservó la singuir manía hasta los días de








La suave prosa de un hombre rudo

Yuri Lorena Jiménez


De una figura corpulenta, envuelta en el humo de sus eternos cigarrillos Ticos, iba y venía, con las manos entrelazadas detrás del cuerpo, a lo largo del viejo zaguán de la casona. Pasaban las tres de la tarde, pero igual Carlos Luis.Fallas seguía en pijama, como lo había hecho día y noche durante las última semanas.
Por momentos, abandonaba su caminar y se sumergía en las teclas de su máquina de escribir —hasta el punto de que las yemas de los dedos le sangraban— para desbordar el torrente de ideas que poco a poco daban cuerpo a la novela de aventuras infantiles más popular de Costa Rica.
La escena corresponde a algún día de 1951, uno antes de que Fallas —conocido popularmente como Calufa— publicara Marcos Ramírez. Su sobrino, Oscar Calderón Fallas, guarda esta estampa como una de las más características en la vida del escritor, uno de los más prominentes del país. ‘Pasaba día y noche en pijama, pensando y escribiendo, pensando y escribiendo. No sé a qué hora dormía”, comenta Oscar, quien tuvo el privilegio de convivir buena parte de su infancia y juventud bajo el mismo techo de Calufa.
Ya para entonces había escrito Mamita Yunai y Gentes y Gentecillas, y se había convertido en un escritor famoso y seguidor absoluto de la ideología comunista, que habría de seguir y cultivar hasta su muerte, en 1966.
Pese al reconocimiento que tuvo su obra durante su vida adulta, Calufa sufrió en carne propia la más aguda pobreza desde su infancia para luego sucumbir a las vejaciones, hambres y enfermedades en las inmensas y sombrías bananeras de la United Fruit Company, donde por años hizo vida de peón, de ayudante de albañil, de dinamitero y de tractorista, entre otros oficios.
Quizá por eso, Fallas conoció como pocos los vicios, las penurias, la inmoralidad y la nobleza de los hombres sencillos y analfabetos olvidados del mundo, y supo recoger esos sentimientos para transmitirlos tal y como eran. Conoció todo lo humano y aprendió la lección de la vida, así lo comentó en una ocasión el dirigente comunista Manuel Mora Valverde. Y es que según Calderón, la capacidad de Calufa para “meter” en su relato a quienes lo escuçhaban —y más tarde lo leyeron—, es tina habilidad heredada de los Fallas, sobre todo de las tías de Carlos Luis, quienes pese a su escaso nivel de educación eran capaces de embelesar a cualquiera con la riqueza de su conversación. Así era Calufa también. Su hija política, la escritora Rosibel Morera, recuerda que durante la vela de su hermana, Carlos Luis entretuvo a todos los presentes con su amena conversación durante toda la noche y madrugada. “Era muy alegre, le encantaban los tangos. Siempre andaba silbando y por eso se sabía cuando estaba por llegar: además de su tonada, por entre las ventanas de la casa se colaba el humo de su cigarrillo Chester, cuando aún esta marca existía” rememora su sobrino Oscar, quien hoy se desempeña como director de presupuesto de la Contraloría General de la República. Cuenta que, siendo él un chiquillo, Calufa lo despertaba a las cuatro de la madrugada para irse de pesca a los ríos de Alajuela. Durante las largas camina tas le contaba interminables historia. que siempre terminaban con la misma sentencia. “Apenas pueda, voy a escnbi una novela sobre eso”.


Mujeriego ¿por herencia?


Un dato imposible de corroborar fu el número de veces que se casó Carlos Luis Fallas. Algunos hablan de tres otros, de cuatro matrimonios. También se le atribuyen más hijos di los que él reconoció legalmente: William y Luis Carlos Fallas, hijos de mujeres diferentes.
“Sí, era mujeriego. Pero es que tenía todo para serlo: inteligente, extrovertido buen conversador, una gran facilidad di palabra... y la herencia de los Fallas que como él mismo describe en Marcos Ramírez, tenían fama de enamorados”, recuerda Oscar. Pero Rosibel, su hijastra, explica la actitud de Calufa con una frase que muchas veces lo oyó decir: “Yo he sido hombre de muchas mujeres, pero sólo una por vez”. Al parecer, Calufa nunca perdió h costumbre de escribir en pijama, pues según recuerda Rosibel —quien es hija de Asirá Morera, la última esposa de Carlos Luis y quien heredara todos sus derechos de autor—, conservó la singular manía hasta los días de su muerte. para entonces ya no escribía novelas; más que todo trabajaba en artículos de periódicos.
Prácticamente desde su nacimiento, así desde su concepción, Carlos Luis parecía estar destinado a desafiar los convencionalismos para subsistir: su vida fue producto de una relación ilegítima entre su madre y el director de la Banda (militar de Alajuela, Roberto Cantillano, que generó todo un escándalo en la tradicional familia Fallas, del Llano de Alajuela. Sobre el lugar de su nacimiento aún persisten algunas dudas; aunque el autor siempre afirmó que había nacido en El Llano, un barrio popular de Alajuela otrora famoso por sus fiestas cívicas, existen versiones de que en realidad nació en el hospital San Juan de Dios.
Abelina, la madre de Fallas, sufrió mucho por la marginación que entonces sufrían los hijos naturales: tuvo que asumir su problema sola y afrontar los prejuicios de su familia y de la sociedad alajuelense de 1909, año en que vio la luz el futuro escritor. Desde muy pequeño, Calufa entendió cuál era su situación dentro de la familia comprendió las amarguras de su madre y por esa razón su amor hacia ella se troco en adoración, un sentimiento que habría perdurar mucho después de la muerte aquella, que sobrevino cuando Carlos Luis tenía 22 años. Durante su agitada infancia, Fallas vio dos épocas muy diferentes: las estadías en su adorada Alajuela y los traslados forzosos a SanJosé, pues debido a la precaria situación económica de su familia decidieron mudarse a la capital, a un barrio llamado Las Pilas que quedaba cerca del Cementerio General. Para entonces, ya Calufa tenía un padrastro: Rubén, un zapatero alajuelense, gracias al e Carlos Luis completó media docena de hermanitas, quienes empezaron a nacer un escaso año de diferencia entre y la otra. La pazca relación con su padrastro “para el cual yo casi no existía” —según mismo lo describe en su autobiografía Marcos Ramírez— y la frialdad de la capital contrastaban muchísimo con el sentido que tenía para él la casona de sus abuelos, el trapiche y la barriada alajuelense en general. Por eso, el inquieto chiquillo buscó la forma de que su madre lo enviara a vivir de nuevo al Llano, a casa los abuelos. Rastreando las conmovedoras páginas Marcos Ramírez se completa la imagen de ese niño precoz, rebelde, bien intencionado pero mal comprendido que Carlos Luis Fallas.
Es innegable: las experiencias, golpes alegrías vividos por el novelista se reflejan en las páginas de sus libros.

La guía de Carmen Lyra


Fallas representa el caso extraordinario de quien, sin proponérselo, hace obra literaria. Su mayor influencia fue su colega Carmen Lyra y él mismo asegura que fue ella quien le enseñó a escribir. La mano de la autora se nota en el estilo muy musical, en la frase rítmica y la ligereza clásica de su obra. Después de ella, Fallas ha sido uno de los pocos escritores nacionales que ha podido llevar a las letras la autenticidad del lenguaje popular, y urbano del costarricense. Nunca se cuidó de las modas literarias, ni buscó trucos refinados para impresionar; tenía mucho que contar, mucha experiencia humana que transmitir, y la conversación no bastaba. Su tempranísima afición por la lectura —no cumplía los diez años cuando ya leía vorazmente cuanto caía en sus manos— fue el asidero ideal para la innata capacidad de comunicación y las dotes de buen conversador propias de Calufa. Contaba que de niño le llegó a gustar más leer un folletín de Buffalo Bill que ver una película de bandidos. Y mientras permanecía en la casa tenía que estar leyendo de lo contrario se desesperaba y era capaz de obtener un libro, un almanaque o cualquier cosa1 con letras. A veces se desvelaba hasta altas horas de la noche, y entonces su madre se levantaba, iba a su cuarto a regañarlo y le decomisaba el libro. Por eso Carlos Luis llegaba al extremo de apagar la luz, para fingir que estaba dormido, y se iba a la sala para proseguir con la lectura hasta altas horas de la madrugada.
Leía en la mesa, a la hora de comer, buscándose la boca a tientas con la cuchara; leía en el baño largas horas hasta que su madre intervenía furiosa, y la costumbre hizo que pudiera leer perfectamente y caminar al mismo tiempo, sin tropezar con nadie, por las calles más concurridas de la capital.
Algún tiempo después, muy joven todavía, se convirtió en un verdadero ratón de la Biblioteca Nacional, adonde iba todas las noches: siempre era el primero en llegar y el último en marcharse.
Por eso, pese a sus raíces campesinas y a la escasa educación formal que tuvo de joven, Calufa se propuso adquirir una sólida cultura por medio de los libros y afinar su natural habilidad para escribir.
Sencillo pero intelectualmente polémico, le importaba poco su aspecto personal y vivió mucho como un aventurero, por ello conocía muy bien al ser humano.
Al llegar a la secundaria, Calufa emprendió sus estudios con la mejor de las intenciones: quería ser un estudiante ejemplar para enorgullecer a su madre, pero injusticias ocurridas durante los dos
años que estuvo en el Instituto de Alajuela más bien lograron afianzar en él su espíritu de rebeldía.
Lo que para muchos era, en aquella época, un motivo de orgullo, fue para Fallas una verdadera fuente de sufrimientos: se trataba del uniforme del colegio. Con grandes sacrificios su madre pudo comprarle la guerrera (tipo de camisa) y los pantalones, pero como no hubo forma de que le alcanzara para los zapatos, debió pedir un permiso especial en la secretaría del colegio para que lo dejaran asistir descalzo.
En el instituto, el muchacho se destacó por sus diabluras y picardías, fue el “alumno problema” de la institución y el dolor de cabeza de los profesores. Por cierto, a raíz de esta situación, Calufa lanza —en Marcos Ramírez— una crítica contra la enseñanza nacional: los profesores que describe son todos mediocres académicamente con excepción de Jesus Ocaña, a quien respetó por su bondad y conocimientos.
Era lógico que tan pícaro adolescente —más que conocido por el director y. los profesores—, fuera víctima de las iras del profesorado, quien le cobró con saña la suma de tropelías que realizó. La venganza fue aplazado y con ese golpe bajo terminó bruscamente una etapa en su vida. Este hecho fue decisivo en su futuro pues lo obligó a tomar otro sendero que del que jamás se arrepintió.
Con esta frase concluye Calufa la culminación de su experiencia en secundaria:
“... Y un momento después bajaba yo a grandes saltos la escalera del colegio, por última vez, porque había resuelto , definitivamente no poner los pies allí jamás...”.
Más tarde logró enrolarse en un trabajo como mecánico, pero de nuevo fracasó: tuvo un altercado con uno de sus compañeros, al que dejó inconsciente, y debió abandonar el puesto.
Estos tropiezos, que algunos interpretan como la prueba de alguna especie de fatalismo mítico en la vida de Fallas, es más bien la consecuencia directa de un temperamento fogoso y vivo que más tarde hará de él un militante combativo. Sus rabietas de infancia y adolescencia fueron superados cuando surgió el escritor y dirigente político.
Fue en época cuando decidió internarse en la zona Atlántica, para iniciar otra etapa de su vida bajo el feudo de la United Fruit Company.


La huelga de 1934


De aquí en adelante, empieza a formarse el militante marxista, enfrentado al mundo de las bananeras inundadas de miseria, sordidez, explotación, escenarios que golpearán muy fuerte su sensibilidad.
Apenas era un adolescente de 16 años cuando se trasladó a la zona Atlántica, donde por años vivió un terrible infierno, cuyos sufrimientos quedaron grabados para siempre en Mamila Yunai

El infortunio, la lucha dura y constante por mantener un nivel de vida infrahumano, permitieron que surgiera en la podredumbre el más noble de los sentimientos humanos: la amistad Cuando el cadáver del novelista permanecía en capilla ardiente, durante horas desfilaron para verlo por última vez intelectuales, obreros y estudiantes, así como cx-compañeros de la zona bananera, hombres recios y humildes que se esforzaban por contener las lágrimas.
Las condiciones en que vivían los trabajadores de la United Fmit Co. eran deplorables. No había servicio médico alguno en la zona y la compañía no autorizaba ningún viaje especial a Limón: por más urgente que fuera el caso, el enfermo debía quedarse sin atención médica.
Hasta las tabletas de quinina y los simples artículos de botiquín debían adquirirlos los peones por su cuenta. Las horribles viviendas no parecían aptas para seres humanos y carecían de los servicios higiénicos imprescindibles.
“Eran espantosas pocilgas. Los comisariatos eran los únicos establecimientos comerciales donde los trabajadores podían adquirir artículos de primera necesidad y víveres en general. Pero la United, que había logrado en el contrato la exención de impuestos para sus importaciones, mantenía precios muy altos, sin ningún control oficial”, narra Víctor Manuel Arroyo en una biografía sobre Calufa.
Cuando se produjo la gran huelga de 1934, dirigida por Fallas y algunos compañeros, la compañía bananera estaba arruinando a muchos pequeños finqueros costarricenses, quienes habían aceptado un contrato que los obligaba a vender sus bananos a la empresa extranjera. Sin embargo, ésta no se comprometía a comprar todo el producto que le ofrecieran sino que, de acuerdo con la demanda del exterior, tomaba lo que quería. Los finqueros salían perjudicados pues la bananera les pagaba solo por racimo aceptado.
Pero no eran los finqueros quienes llevaban la peor parte, pues también ellos se desquitaban pagando a sus peones según los racimos recibidos por la United. Sólo este hecho constituye una infamia que hubiera justificado la huelga de los trabajadores. Lo inexplicable fue la actitud de los pequeños empresarios, víctimas como sus peones, cuando se declararon enemigos de la huelga bananera.
La prensa hizo también la guerra a los huelguistas y el gobierno de don Ricardo Jiménez, que al principio guardó una posición prudente, en la etapa final recurrió a la violencia. Por otra parte, la compañía estimulaba el enfrentamiento entre negros y blancos. Fallas intervino con la vehemencia que lo caracterizaba para evitar esta absurda lucha y al final logró que prevaleciera la razón.
Tomando en cuenta que fue aquella la primera huelga organizada en el ámbito centroamericano, que los huelguistas sumaban aproximadamente diez mil y que había constantes provocaciones y trampas, la Única forma explicar el intachable comportamiento de los trabajadores fue la serenidad, abnegación y energía de Fallas y sus compañeros de dirección. Después de buscar en vano un entendimiento directo con los trabajadores, cuando ya había pasado aproximadamente un mes, el gobierno no tuvo otro recurso que llamar a los dirigentes. Se llegó entonces a un acuerdo bastante favorable para los peones.
Cuando volvieron al trabajo, los jefes de la compañía en unión de los policías, dijeron a los trabajadores que no existía tal arreglo y que Fallas se había vendido por $30 mil e iba rumbo a Estados Unidos en aquel momento. Por suerte para el escritor, él se hallaba en el campamento de Veintiséis Millas y la falacia fue descubierta.


Su sueño de escritor


Pero este hombre que había dado tan buenas muestras de serenidad y valentía en la dirección de la gran huelga bananera del Atlántico, debía enfrentarse a una empresa que al principio juzgó irrealizable: tenía que “aprender a escribir”. Había sido un lector voraz y desordenado desde la adolescencia. Pero al abandonar las aulas no había logrado conquistar a la ortografía, ni a la gramática elemental. Empujado por la necesidad de ser útil a sus compañeros observaba atentamente las correcciones que les hacían a sus escritos cuando se publicaban. Así fue mejorando su expresión escrita, con una paciencia y tenacidad admirables. En cuanto a la ortografía, tenía un método infalible:
“Entonces me fui dando cuenta de que yo tenía memoria visual. Las palabras eran feas o bonitas. Si miraba muy fea una palabra, le cambiaba la “s” por una “z”, y la veía bonita; es me daba la seguridad de que aquella se escribía con zeta. En algunas otras, el pleito estaba entre la “v” chiquita y la “b” larga... pero poco a poco mi memoria visual me iba dando mayores beneficios ...
Esta ingenua confesión pública da una idea del recio temple de Carlos Luis Fallas. Fue un çrítico muy exigente de sus escritos , por ejemplo, nunca estuvo de su cuerno “La dueña de la guitarra de las conchas de colores” tal vez porque su tema era un tanto sentimental.
Cuando enfermó de cáncer en 1965, se le concedió el premio de cultura “Magón” de ese año, y lo compartió con Hernán Peralta.. Esta ha sido la única vez que el premio se dio compartido. Calufa no logró recibir personalmente el galardón: murió víctima de un cáncer de riñón el 7 de mayo de 1966 ala edad de 57.
Según cuenta Luis Carlos, uno de sus hijos, Calufa aceptó con resignación la enfermedad. Cuenta que algunas veces lo escuchó decir que no quería llegar a viejo.
Casi todas sus obras las escribió febrilmente, hasta el extremo de que, en más de una ocasión, sangraban las yemas de sus dedos, maltratadas por el roce de las teclas de la máquina de escribir.
Escribió Mamita Yunai en veinticinco días y Gentes y Gentecillas, en tres meses. Consideraba la primera como la mejor lograda, pero por la coyuntura histórica y política, le tenía un cariño especial a la segunda.
Si como novelista, sus páginas no han sido superadas en cuanto a fuerza y riqueza expresiva; como hombre, tampoco ha habido muchos de su talla. Nunca quiso lucrar con sus obras. Su vida se rigió siempre por la inquebrantable decisión de luchar para acabar con las injusticias sociales.
Fue electo regidor municipal en 1942 y diputado al Congreso Nacional en 1944. Cuanto se improvisó como militar durante la guerra civil de 1948 se opuso —y arriesgó por ello su vida— al fusilamiento de los reos políticos. Intervino en actividades políticas por convicción, sin cálculos mezquinos ni intenciones torcidas.
Como dijo Alberto F. Cañas, en un artículo publicado el 10 de mayo de l966 a raíz de la muerte de Calufa: “La palabra “ternura’ salta cuando se habla de Carlos Luis Fallas, porque siendo un hombre rudo, era un escritor tierno, le saltaba por los poros, sobre todo en el trato con su prójimo. Hombre de millones y millones de anécdotas y de historias, contaba y contaba hasta la madrugada, siempre adobando sus relatos con un detalle suave, una lágrima, o un signo de ternura subrayado con grandes carcajadas”.






Es innegable: las experiencias, golpes alegrías vividos por el novelista se reflejan en las páginas de sus libros.

La guía de Carmen Lyra


Fallas representa el caso extraordinario de quien, sin proponérselo, hace obra literaria. Su mayor influencia fue su colega Carmen Lyra y él mismo asegura que fue ella quien le enseñó a escribir. La mano de la autora se nota en el estilo muy musical, en la frase rítmica y la ligereza clásica de su obra. Después de ella, Fallas ha sido uno de los pocos escritores nacionales que ha podido llevar a las letras la autenticidad del lenguaje popular, y urbano del costarricense. Nunca se cuidó de las modas literarias, ni buscó trucos refinados para impresionar; tenía mucho que contar, mucha experiencia humana que transmitir, y la conversación no bastaba. Su tempranísima afición por la lectura —no cumplía los diez años cuando ya leía vorazmente cuanto caía en sus manos— fue el asidero ideal para la innata capacidad de comunicación y las dotes de buen conversador propias de Calufa. Contaba que de niño le llegó a gustar más leer un folletín de Buffalo Bill que ver una película de bandidos. Y mientras permanecía en la casa tenía que estar leyendo de lo contrario se desesperaba y era capaz de obtener un libro, un almanaque o cualquier cosa1 con letras. A veces se desvelaba hasta altas horas de la noche, y entonces su madre se levantaba, iba a su cuarto a regañarlo y le decomisaba el libro. Por eso Carlos Luis llegaba al extremo de apagar la luz, para fingir que estaba dormido, y se iba a la sala para proseguir con la lectura hasta altas horas de la madrugada.
Leía en la mesa, a la hora de comer, buscándose la boca a tientas con la cuchara; leía en el baño largas horas hasta que su madre intervenía furiosa, y la costumbre hizo que pudiera leer perfectamente y caminar al mismo tiempo, sin tropezar con nadie, por las calles más concurridas de la capital.
Algún tiempo después, muy joven todavía, se convirtió en un verdadero ratón de la Biblioteca Nacional, adonde iba todas las noches: siempre era el primero en llegar y el último en marcharse.
Por eso, pese a sus raíces campesinas y a la escasa educación formal que tuvo de joven, Calufa se propuso adquirir una sólida cultura por medio de los libros y afinar su natural habilidad para escribir.
Sencillo pero intelectualmente polémico, le importaba poco su aspecto personal y vivió mucho como un aventurero, por ello conocía muy bien al ser humano.
Al llegar a la secundaria, Calufa emprendió sus estudios con la mejor de las intenciones: quería ser un estudiante ejemplar para enorgullecer a su madre, pero injusticias ocurridas durante los dos
años que estuvo en el Instituto de Alajuela más bien lograron afianzar en él su espíritu de rebeldía.
Lo que para muchos era, en aquella época, un motivo de orgullo, fue para Fallas una verdadera fuente de sufrimientos: se trataba del uniforme del colegio. Con grandes sacrificios su madre pudo comprarle la guerrera (tipo de camisa) y los pantalones, pero como no hubo forma de que le alcanzara para los zapatos, debió pedir un permiso especial en la secretaría del colegio para que lo dejaran asistir descalzo.
En el instituto, el muchacho se destacó por sus diabluras y picardías, fue el “alumno problema” de la institución y el dolor de cabeza de los profesores. Por cierto, a raíz de esta situación, Calufa lanza —en Marcos Ramírez— una crítica contra la enseñanza nacional: los profesores que describe son todos mediocres académicamente con excepción de Jesus Ocaña, a quien respetó por su bondad y conocimientos.
Era lógico que tan pícaro adolescente —más que conocido por el director y. los profesores—, fuera víctima de las iras del profesorado, quien le cobró con saña la suma de tropelías que realizó. La venganza fue aplazado y con ese golpe bajo terminó bruscamente una etapa en su vida. Este hecho fue decisivo en su futuro pues lo obligó a tomar otro sendero que del que jamás se arrepintió.
Con esta frase concluye Calufa la culminación de su experiencia en secundaria:
“... Y un momento después bajaba yo a grandes saltos la escalera del colegio, por última vez, porque había resuelto , definitivamente no poner los pies allí jamás...”.
Más tarde logró enrolarse en un trabajo como mecánico, pero de nuevo fracasó: tuvo un altercado con uno de sus compañeros, al que dejó inconsciente, y debió abandonar el puesto.
Estos tropiezos, que algunos interpretan como la prueba de alguna especie de fatalismo mítico en la vida de Fallas, es más bien la consecuencia directa de un temperamento fogoso y vivo que más tarde hará de él un militante combativo. Sus rabietas de infancia y adolescencia fueron superados cuando surgió el escritor y dirigente político.
Fue en época cuando decidió internarse en la zona Atlántica, para iniciar otra etapa de su vida bajo el feudo de la United Fruit Company.


La huelga de 1934


De aquí en adelante, empieza a formarse el militante marxista, enfrentado al mundo de las bananeras inundadas de miseria, sordidez, explotación, escenarios que golpearán muy fuerte su sensibilidad.
Apenas era un adolescente de 16 años cuando se trasladó a la zona Atlántica, donde por años vivió un terrible infierno, cuyos sufrimientos quedaron grabados para siempre en Mamila Yunai

El infortunio, la lucha dura y constante por mantener un nivel de vida infrahumano, permitieron que surgiera en la podredumbre el más noble de los sentimientos humanos: la amistad Cuando el cadáver del novelista permanecía en capilla ardiente, durante horas desfilaron para verlo por última vez intelectuales, obreros y estudiantes, así como cx-compañeros de la zona bananera, hombres recios y humildes que se esforzaban por contener las lágrimas.
Las condiciones en que vivían los trabajadores de la United Fmit Co. eran deplorables. No había servicio médico alguno en la zona y la compañía no autorizaba ningún viaje especial a Limón: por más urgente que fuera el caso, el enfermo debía quedarse sin atención médica.
Hasta las tabletas de quinina y los simples artículos de botiquín debían adquirirlos los peones por su cuenta. Las horribles viviendas no parecían aptas para seres humanos y carecían de los servicios higiénicos imprescindibles.
“Eran espantosas pocilgas. Los comisariatos eran los únicos establecimientos comerciales donde los trabajadores podían adquirir artículos de primera necesidad y víveres en general. Pero la United, que había logrado en el contrato la exención de impuestos para sus importaciones, mantenía precios muy altos, sin ningún control oficial”, narra Víctor Manuel Arroyo en una biografía sobre Calufa.
Cuando se produjo la gran huelga de 1934, dirigida por Fallas y algunos compañeros, la compañía bananera estaba arruinando a muchos pequeños finqueros costarricenses, quienes habían aceptado un contrato que los obligaba a vender sus bananos a la empresa extranjera. Sin embargo, ésta no se comprometía a comprar todo el producto que le ofrecieran sino que, de acuerdo con la demanda del exterior, tomaba lo que quería. Los finqueros salían perjudicados pues la bananera les pagaba solo por racimo aceptado.
Pero no eran los finqueros quienes llevaban la peor parte, pues también ellos se desquitaban pagando a sus peones según los racimos recibidos por la United. Sólo este hecho constituye una infamia que hubiera justificado la huelga de los trabajadores. Lo inexplicable fue la actitud de los pequeños empresarios, víctimas como sus peones, cuando se declararon enemigos de la huelga bananera.
La prensa hizo también la guerra a los huelguistas y el gobierno de don Ricardo Jiménez, que al principio guardó una posición prudente, en la etapa final recurrió a la violencia. Por otra parte, la compañía estimulaba el enfrentamiento entre negros y blancos. Fallas intervino con la vehemencia que lo caracterizaba para evitar esta absurda lucha y al final logró que prevaleciera la razón.
Tomando en cuenta que fue aquella la primera huelga organizada en el ámbito centroamericano, que los huelguistas sumaban aproximadamente diez mil y que había constantes provocaciones y trampas, la Única forma explicar el intachable comportamiento de los trabajadores fue la serenidad, abnegación y energía de Fallas y sus compañeros de dirección. Después de buscar en vano un entendimiento directo con los trabajadores, cuando ya había pasado aproximadamente un mes, el gobierno no tuvo otro recurso que llamar a los dirigentes. Se llegó entonces a un acuerdo bastante favorable para los peones.
Cuando volvieron al trabajo, los jefes de la compañía en unión de los policías, dijeron a los trabajadores que no existía tal arreglo y que Fallas se había vendido por $30 mil e iba rumbo a Estados Unidos en aquel momento. Por suerte para el escritor, él se hallaba en el campamento de Veintiséis Millas y la falacia fue descubierta.



(Este artículo h
erechos de autor—, conservó la singuir manía hasta los días de Su sueño de escritor


Pero este hombre que había dado tan buenas muestras de serenidad y valentía en la dirección de la gran huelga bananera del Atlántico, debía enfrentarse a una empresa que al principio juzgó irrealizable: tenía que “aprender a escribir”. Había sido un lector voraz y desordenado desde la adolescencia. Pero al abandonar las aulas no había logrado conquistar a la ortografía, ni a la gramática elemental. Empujado por la necesidad de ser útil a sus compañeros observaba atentamente las correcciones que les hacían a sus escritos cuando se publicaban. Así fue mejorando su expresión escrita, con una paciencia y tenacidad admirables. En cuanto a la ortografía, tenía un método infalible:
“Entonces me fui dando cuenta de que yo tenía memoria visual. Las palabras eran feas o bonitas. Si miraba muy fea una palabra, le cambiaba la “s” por una “z”, y la veía bonita; es me daba la seguridad de que aquella se escribía con zeta. En algunas otras, el pleito estaba entre la “v” chiquita y la “b” larga... pero poco a poco mi memoria visual me iba dando mayores beneficios ...
Esta ingenua confesión pública da una idea del recio temple de Carlos Luis Fallas. Fue un çrítico muy exigente de sus escritos , por ejemplo, nunca estuvo de su cuerno “La dueña de la guitarra de las conchas de colores” tal vez porque su tema era un tanto sentimental.
Cuando enfermó de cáncer en 1965, se le concedió el premio de cultura “Magón” de ese año, y lo compartió con Hernán Peralta.. Esta ha sido la única vez que el premio se dio compartido. Calufa no logró recibir personalmente el galardón: murió víctima de un cáncer de riñón el 7 de mayo de 1966 ala edad de 57.
Según cuenta Luis Carlos, uno de sus hijos, Calufa aceptó con resignación la enfermedad. Cuenta que algunas veces lo escuchó decir que no quería llegar a viejo.
Casi todas sus obras las escribió febrilmente, hasta el extremo de que, en más de una ocasión, sangraban las yemas de sus dedos, maltratadas por el roce de las teclas de la máquina de escribir.
Escribió Mamita Yunai en veinticinco días y Gentes y Gentecillas, en tres meses. Consideraba la primera como la mejor lograda, pero por la coyuntura histórica y política, le tenía un cariño especial a la segunda.
Si como novelista, sus páginas no han sido superadas en cuanto a fuerza y riqueza expresiva; como hombre, tampoco ha habido muchos de su talla. Nunca quiso lucrar con sus obras. Su vida se rigió siempre por la inquebrantable decisión de luchar para acabar con las injusticias sociales.
Fue electo regidor municipal en 1942 y diputado al Congreso Nacional en 1944. Cuanto se improvisó como militar durante la guerra civil de 1948 se opuso —y arriesgó por ello su vida— al fusilamiento de los reos políticos. Intervino en actividades políticas por convicción, sin cálculos mezquinos ni intenciones torcidas.
Como dijo Alberto F. Cañas, en un artículo publicado el 10 de mayo de l966 a raíz de la muerte de Calufa: “La palabra “ternura’ salta cuando se habla de Carlos Luis Fallas, porque siendo un hombre rudo, era un escritor tierno, le saltaba por los poros, sobre todo en el trato con su prójimo. Hombre de millones y millones de anécdotas y de historias, contaba y contaba hasta la madrugada, siempre adobando sus relatos con un detalle suave, una lágrima, o un signo de ternura subrayado con grandes carcajadas”.






Es innegable: las experiencias, golpes alegrías vividos por el novelista se reflejan en las páginas de sus libros.

La guía de Carmen Lyra


Fallas representa el caso extraordinario de quien, sin proponérselo, hace obra literaria. Su mayor influencia fue su colega Carmen Lyra y él mismo asegura que fue ella quien le enseñó a escribir. La mano de la autora se nota en el estilo muy musical, en la frase rítmica y la ligereza clásica de su obra. Después de ella, Fallas ha sido uno de los pocos escritores nacionales que ha podido llevar a las letras la autenticidad del lenguaje popular, y urbano del costarricense. Nunca se cuidó de las modas literarias, ni buscó trucos refinados para impresionar; tenía mucho que contar, mucha experiencia humana que transmitir, y la conversación no bastaba. Su tempranísima afición por la lectura —no cumplía los diez años cuando ya leía vorazmente cuanto caía en sus manos— fue el asidero ideal para la innata capacidad de comunicación y las dotes de buen conversador propias de Calufa. Contaba que de niño le llegó a gustar más leer un folletín de Buffalo Bill que ver una película de bandidos. Y mientras permanecía en la casa tenía que estar leyendo de lo contrario se desesperaba y era capaz de obtener un libro, un almanaque o cualquier cosa1 con letras. A veces se desvelaba hasta altas horas de la noche, y entonces su madre se levantaba, iba a su cuarto a regañarlo y le decomisaba el libro. Por eso Carlos Luis llegaba al extremo de apagar la luz, para fingir que estaba dormido, y se iba a la sala para proseguir con la lectura hasta altas horas de la madrugada.
Leía en la mesa, a la hora de comer, buscándose la boca a tientas con la cuchara; leía en el baño largas horas hasta que su madre intervenía furiosa, y la costumbre hizo que pudiera leer perfectamente y caminar al mismo tiempo, sin tropezar con nadie, por las calles más concurridas de la capital.
Algún tiempo después, muy joven todavía, se convirtió en un verdadero ratón de la Biblioteca Nacional, adonde iba todas las noches: siempre era el primero en llegar y el último en marcharse.
Por eso, pese a sus raíces campesinas y a la escasa educación formal que tuvo de joven, Calufa se propuso adquirir una sólida cultura por medio de los libros y afinar su natural habilidad para escribir.
Sencillo pero intelectualmente polémico, le importaba poco su aspecto personal y vivió mucho como un aventurero, por ello conocía muy bien al ser humano.
Al llegar a la secundaria, Calufa emprendió sus estudios con la mejor de las intenciones: quería ser un estudiante ejemplar para enorgullecer a su madre, pero injusticias ocurridas durante los dos
años que estuvo en el Instituto de Alajuela más bien lograron afianzar en él su espíritu de rebeldía.
Lo que para muchos era, en aquella época, un motivo de orgullo, fue para Fallas una verdadera fuente de sufrimientos: se trataba del uniforme del colegio. Con grandes sacrificios su madre pudo comprarle la guerrera (tipo de camisa) y los pantalones, pero como no hubo forma de que le alcanzara para los zapatos, debió pedir un permiso especial en la secretaría del colegio para que lo dejaran asistir descalzo.
En el instituto, el muchacho se destacó por sus diabluras y picardías, fue el “alumno problema” de la institución y el dolor de cabeza de los profesores. Por cierto, a raíz de esta situación, Calufa lanza —en Marcos Ramírez— una crítica contra la enseñanza nacional: los profesores que describe son todos mediocres académicamente con excepción de Jesus Ocaña, a quien respetó por su bondad y conocimientos.
Era lógico que tan pícaro adolescente —más que conocido por el director y. los profesores—, fuera víctima de las iras del profesorado, quien le cobró con saña la suma de tropelías que realizó. La venganza fue aplazado y con ese golpe bajo terminó bruscamente una etapa en su vida. Este hecho fue decisivo en su futuro pues lo obligó a tomar otro sendero que del que jamás se arrepintió.
Con esta frase concluye Calufa la culminación de su experiencia en secundaria:
“... Y un momento después bajaba yo a grandes saltos la escalera del colegio, por última vez, porque había resuelto , definitivamente no poner los pies allí jamás...”.
Más tarde logró enrolarse en un trabajo como mecánico, pero de nuevo fracasó: tuvo un altercado con uno de sus compañeros, al que dejó inconsciente, y debió abandonar el puesto.
Estos tropiezos, que algunos interpretan como la prueba de alguna especie de fatalismo mítico en la vida de Fallas, es más bien la consecuencia directa de un temperamento fogoso y vivo que más tarde hará de él un militante combativo. Sus rabietas de infancia y adolescencia fueron superados cuando surgió el escritor y dirigente político.
Fue en época cuando decidió internarse en la zona Atlántica, para iniciar otra etapa de su vida bajo el feudo de la United Fruit Company.


La huelga de 1934


De aquí en adelante, empieza a formarse el militante marxista, enfrentado al mundo de las bananeras inundadas de miseria, sordidez, explotación, escenarios que golpearán muy fuerte su sensibilidad.
Apenas era un adolescente de 16 años cuando se trasladó a la zona Atlántica, donde por años vivió un terrible infierno, cuyos sufrimientos quedaron grabados para siempre en Mamila Yunai

El infortunio, la lucha dura y constante por mantener un nivel de vida infrahumano, permitieron que surgiera en la podredumbre el más noble de los sentimientos humanos: la amistad Cuando el cadáver del novelista permanecía en capilla ardiente, durante horas desfilaron para verlo por última vez intelectuales, obreros y estudiantes, así como cx-compañeros de la zona bananera, hombres recios y humildes que se esforzaban por contener las lágrimas.
Las condiciones en que vivían los trabajadores de la United Fmit Co. eran deplorables. No había servicio médico alguno en la zona y la compañía no autorizaba ningún viaje especial a Limón: por más urgente que fuera el caso, el enfermo debía quedarse sin atención médica.
Hasta las tabletas de quinina y los simples artículos de botiquín debían adquirirlos los peones por su cuenta. Las horribles viviendas no parecían aptas para seres humanos y carecían de los servicios higiénicos imprescindibles.
“Eran espantosas pocilgas. Los comisariatos eran los únicos establecimientos comerciales donde los trabajadores podían adquirir artículos de primera necesidad y víveres en general. Pero la United, que había logrado en el contrato la exención de impuestos para sus importaciones, mantenía precios muy altos, sin ningún control oficial”, narra Víctor Manuel Arroyo en una biografía sobre Calufa.
Cuando se produjo la gran huelga de 1934, dirigida por Fallas y algunos compañeros, la compañía bananera estaba arruinando a muchos pequeños finqueros costarricenses, quienes habían aceptado un contrato que los obligaba a vender sus bananos a la empresa extranjera. Sin embargo, ésta no se comprometía a comprar todo el producto que le ofrecieran sino que, de acuerdo con la demanda del exterior, tomaba lo que quería. Los finqueros salían perjudicados pues la bananera les pagaba solo por racimo aceptado.
Pero no eran los finqueros quienes llevaban la peor parte, pues también ellos se desquitaban pagando a sus peones según los racimos recibidos por la United. Sólo este hecho constituye una infamia que hubiera justificado la huelga de los trabajadores. Lo inexplicable fue la actitud de los pequeños empresarios, víctimas como sus peones, cuando se declararon enemigos de la huelga bananera.
La prensa hizo también la guerra a los huelguistas y el gobierno de don Ricardo Jiménez, que al principio guardó una posición prudente, en la etapa final recurrió a la violencia. Por otra parte, la compañía estimulaba el enfrentamiento entre negros y blancos. Fallas intervino con la vehemencia que lo caracterizaba para evitar esta absurda lucha y al final logró que prevaleciera la razón.
Tomando en cuenta que fue aquella la primera huelga organizada en el ámbito centroamericano, que los huelguistas sumaban aproximadamente diez mil y que había constantes provocaciones y trampas, la Única forma explicar el intachable comportamiento de los trabajadores fue la serenidad, abnegación y energía de Fallas y sus compañeros de dirección. Después de buscar en vano un entendimiento directo con los trabajadores, cuando ya había pasado aproximadamente un mes, el gobierno no tuvo otro recurso que llamar a los dirigentes. Se llegó entonces a un acuerdo bastante favorable para los peones.
Cuando volvieron al trabajo, los jefes de la compañía en unión de los policías, dijeron a los trabajadores que no existía tal arreglo y que Fallas se había vendido por $30 mil e iba rumbo a Estados Unidos en aquel momento. Por suerte para el escritor, él se hallaba en el campamento de Veintiséis Millas y la falacia fue descubierta.


Su sueño de escritor


Pero este hombre que había dado tan buenas muestras de serenidad y valentía en la dirección de la gran huelga bananera del Atlántico, debía enfrentarse a una empresa que al principio juzgó irrealizable: tenía que “aprender a escribir”. Había sido un lector voraz y desordenado desde la adolescencia. Pero al abandonar las aulas no había logrado conquistar a la ortografía, ni a la gramática elemental. Empujado por la necesidad de ser útil a sus compañeros observaba atentamente las correcciones que les hacían a sus escritos cuando se publicaban. Así fue mejorando su expresión escrita, con una paciencia y tenacidad admirables. En cuanto a la ortografía, tenía un método infalible:
“Entonces me fui dando cuenta de que yo tenía memoria visual. Las palabras eran feas o bonitas. Si miraba muy fea una palabra, le cambiaba la “s” por una “z”, y la veía bonita; es me daba la seguridad de que aquella se escribía con zeta. En algunas otras, el pleito estaba entre la “v” chiquita y la “b” larga... pero poco a poco mi memoria visual me iba dando mayores beneficios ...
Esta ingenua confesión pública da una idea del recio temple de Carlos Luis Fallas. Fue un çrítico muy exigente de sus escritos , por ejemplo, nunca estuvo de su cuerno “La dueña de la guitarra de las conchas de colores” tal vez porque su tema era un tanto sentimental.
Cuando enfermó de cáncer en 1965, se le concedió el premio de cultura “Magón” de ese año, y lo compartió con Hernán Peralta.. Esta ha sido la única vez que el premio se dio compartido. Calufa no logró recibir personalmente el galardón: murió víctima de un cáncer de riñón el 7 de mayo de 1966 ala edad de 57.
Según cuenta Luis Carlos, uno de sus hijos, Calufa aceptó con resignación la enfermedad. Cuenta que algunas veces lo escuchó decir que no quería llegar a viejo.
Casi todas sus obras las escribió febrilmente, hasta el extremo de que, en más de una ocasión, sangraban las yemas de sus dedos, maltratadas por el roce de las teclas de la máquina de escribir.
Escribió Mamita Yunai en veinticinco días y Gentes y Gentecillas, en tres meses. Consideraba la primera como la mejor lograda, pero por la coyuntura histórica y política, le tenía un cariño especial a la segunda.
Si como novelista, sus páginas no han sido superadas en cuanto a fuerza y riqueza expresiva; como hombre, tampoco ha habido muchos de su talla. Nunca quiso lucrar con sus obras. Su vida se rigió siempre por la inquebrantable decisión de luchar para acabar con las injusticias sociales.
Fue electo regidor municipal en 1942 y diputado al Congreso Nacional en 1944. Cuanto se improvisó como militar durante la guerra civil de 1948 se opuso —y arriesgó por ello su vida— al fusilamiento de los reos políticos. Intervino en actividades políticas por convicción, sin cálculos mezquinos ni intenciones torcidas.
Como dijo Alberto F. Cañas, en un artículo publicado el 10 de mayo de l966 a raíz de la muerte de Calufa: “La palabra “ternura’ salta cuando se habla de Carlos Luis Fallas, porque siendo un hombre rudo, era un escritor tierno, le saltaba por los poros, sobre todo en el trato con su prójimo. Hombre de millones y millones de anécdotas y de historias, contaba y contaba hasta la madrugada, siempre adobando sus relatos con un detalle suave, una lágrima, o un signo de ternura subrayado con grandes carcajadas”.










a sido tomado en forma íntegra de la sección Dominical de la Nación del 2 de octubre de 1994)