20.1.07

In Memorian II

erechos de autor—, conservó la singuir manía hasta los días de








La suave prosa de un hombre rudo

Yuri Lorena Jiménez


De una figura corpulenta, envuelta en el humo de sus eternos cigarrillos Ticos, iba y venía, con las manos entrelazadas detrás del cuerpo, a lo largo del viejo zaguán de la casona. Pasaban las tres de la tarde, pero igual Carlos Luis.Fallas seguía en pijama, como lo había hecho día y noche durante las última semanas.
Por momentos, abandonaba su caminar y se sumergía en las teclas de su máquina de escribir —hasta el punto de que las yemas de los dedos le sangraban— para desbordar el torrente de ideas que poco a poco daban cuerpo a la novela de aventuras infantiles más popular de Costa Rica.
La escena corresponde a algún día de 1951, uno antes de que Fallas —conocido popularmente como Calufa— publicara Marcos Ramírez. Su sobrino, Oscar Calderón Fallas, guarda esta estampa como una de las más características en la vida del escritor, uno de los más prominentes del país. ‘Pasaba día y noche en pijama, pensando y escribiendo, pensando y escribiendo. No sé a qué hora dormía”, comenta Oscar, quien tuvo el privilegio de convivir buena parte de su infancia y juventud bajo el mismo techo de Calufa.
Ya para entonces había escrito Mamita Yunai y Gentes y Gentecillas, y se había convertido en un escritor famoso y seguidor absoluto de la ideología comunista, que habría de seguir y cultivar hasta su muerte, en 1966.
Pese al reconocimiento que tuvo su obra durante su vida adulta, Calufa sufrió en carne propia la más aguda pobreza desde su infancia para luego sucumbir a las vejaciones, hambres y enfermedades en las inmensas y sombrías bananeras de la United Fruit Company, donde por años hizo vida de peón, de ayudante de albañil, de dinamitero y de tractorista, entre otros oficios.
Quizá por eso, Fallas conoció como pocos los vicios, las penurias, la inmoralidad y la nobleza de los hombres sencillos y analfabetos olvidados del mundo, y supo recoger esos sentimientos para transmitirlos tal y como eran. Conoció todo lo humano y aprendió la lección de la vida, así lo comentó en una ocasión el dirigente comunista Manuel Mora Valverde. Y es que según Calderón, la capacidad de Calufa para “meter” en su relato a quienes lo escuçhaban —y más tarde lo leyeron—, es tina habilidad heredada de los Fallas, sobre todo de las tías de Carlos Luis, quienes pese a su escaso nivel de educación eran capaces de embelesar a cualquiera con la riqueza de su conversación. Así era Calufa también. Su hija política, la escritora Rosibel Morera, recuerda que durante la vela de su hermana, Carlos Luis entretuvo a todos los presentes con su amena conversación durante toda la noche y madrugada. “Era muy alegre, le encantaban los tangos. Siempre andaba silbando y por eso se sabía cuando estaba por llegar: además de su tonada, por entre las ventanas de la casa se colaba el humo de su cigarrillo Chester, cuando aún esta marca existía” rememora su sobrino Oscar, quien hoy se desempeña como director de presupuesto de la Contraloría General de la República. Cuenta que, siendo él un chiquillo, Calufa lo despertaba a las cuatro de la madrugada para irse de pesca a los ríos de Alajuela. Durante las largas camina tas le contaba interminables historia. que siempre terminaban con la misma sentencia. “Apenas pueda, voy a escnbi una novela sobre eso”.


Mujeriego ¿por herencia?


Un dato imposible de corroborar fu el número de veces que se casó Carlos Luis Fallas. Algunos hablan de tres otros, de cuatro matrimonios. También se le atribuyen más hijos di los que él reconoció legalmente: William y Luis Carlos Fallas, hijos de mujeres diferentes.
“Sí, era mujeriego. Pero es que tenía todo para serlo: inteligente, extrovertido buen conversador, una gran facilidad di palabra... y la herencia de los Fallas que como él mismo describe en Marcos Ramírez, tenían fama de enamorados”, recuerda Oscar. Pero Rosibel, su hijastra, explica la actitud de Calufa con una frase que muchas veces lo oyó decir: “Yo he sido hombre de muchas mujeres, pero sólo una por vez”. Al parecer, Calufa nunca perdió h costumbre de escribir en pijama, pues según recuerda Rosibel —quien es hija de Asirá Morera, la última esposa de Carlos Luis y quien heredara todos sus derechos de autor—, conservó la singular manía hasta los días de su muerte. para entonces ya no escribía novelas; más que todo trabajaba en artículos de periódicos.
Prácticamente desde su nacimiento, así desde su concepción, Carlos Luis parecía estar destinado a desafiar los convencionalismos para subsistir: su vida fue producto de una relación ilegítima entre su madre y el director de la Banda (militar de Alajuela, Roberto Cantillano, que generó todo un escándalo en la tradicional familia Fallas, del Llano de Alajuela. Sobre el lugar de su nacimiento aún persisten algunas dudas; aunque el autor siempre afirmó que había nacido en El Llano, un barrio popular de Alajuela otrora famoso por sus fiestas cívicas, existen versiones de que en realidad nació en el hospital San Juan de Dios.
Abelina, la madre de Fallas, sufrió mucho por la marginación que entonces sufrían los hijos naturales: tuvo que asumir su problema sola y afrontar los prejuicios de su familia y de la sociedad alajuelense de 1909, año en que vio la luz el futuro escritor. Desde muy pequeño, Calufa entendió cuál era su situación dentro de la familia comprendió las amarguras de su madre y por esa razón su amor hacia ella se troco en adoración, un sentimiento que habría perdurar mucho después de la muerte aquella, que sobrevino cuando Carlos Luis tenía 22 años. Durante su agitada infancia, Fallas vio dos épocas muy diferentes: las estadías en su adorada Alajuela y los traslados forzosos a SanJosé, pues debido a la precaria situación económica de su familia decidieron mudarse a la capital, a un barrio llamado Las Pilas que quedaba cerca del Cementerio General. Para entonces, ya Calufa tenía un padrastro: Rubén, un zapatero alajuelense, gracias al e Carlos Luis completó media docena de hermanitas, quienes empezaron a nacer un escaso año de diferencia entre y la otra. La pazca relación con su padrastro “para el cual yo casi no existía” —según mismo lo describe en su autobiografía Marcos Ramírez— y la frialdad de la capital contrastaban muchísimo con el sentido que tenía para él la casona de sus abuelos, el trapiche y la barriada alajuelense en general. Por eso, el inquieto chiquillo buscó la forma de que su madre lo enviara a vivir de nuevo al Llano, a casa los abuelos. Rastreando las conmovedoras páginas Marcos Ramírez se completa la imagen de ese niño precoz, rebelde, bien intencionado pero mal comprendido que Carlos Luis Fallas.
Es innegable: las experiencias, golpes alegrías vividos por el novelista se reflejan en las páginas de sus libros.

La guía de Carmen Lyra


Fallas representa el caso extraordinario de quien, sin proponérselo, hace obra literaria. Su mayor influencia fue su colega Carmen Lyra y él mismo asegura que fue ella quien le enseñó a escribir. La mano de la autora se nota en el estilo muy musical, en la frase rítmica y la ligereza clásica de su obra. Después de ella, Fallas ha sido uno de los pocos escritores nacionales que ha podido llevar a las letras la autenticidad del lenguaje popular, y urbano del costarricense. Nunca se cuidó de las modas literarias, ni buscó trucos refinados para impresionar; tenía mucho que contar, mucha experiencia humana que transmitir, y la conversación no bastaba. Su tempranísima afición por la lectura —no cumplía los diez años cuando ya leía vorazmente cuanto caía en sus manos— fue el asidero ideal para la innata capacidad de comunicación y las dotes de buen conversador propias de Calufa. Contaba que de niño le llegó a gustar más leer un folletín de Buffalo Bill que ver una película de bandidos. Y mientras permanecía en la casa tenía que estar leyendo de lo contrario se desesperaba y era capaz de obtener un libro, un almanaque o cualquier cosa1 con letras. A veces se desvelaba hasta altas horas de la noche, y entonces su madre se levantaba, iba a su cuarto a regañarlo y le decomisaba el libro. Por eso Carlos Luis llegaba al extremo de apagar la luz, para fingir que estaba dormido, y se iba a la sala para proseguir con la lectura hasta altas horas de la madrugada.
Leía en la mesa, a la hora de comer, buscándose la boca a tientas con la cuchara; leía en el baño largas horas hasta que su madre intervenía furiosa, y la costumbre hizo que pudiera leer perfectamente y caminar al mismo tiempo, sin tropezar con nadie, por las calles más concurridas de la capital.
Algún tiempo después, muy joven todavía, se convirtió en un verdadero ratón de la Biblioteca Nacional, adonde iba todas las noches: siempre era el primero en llegar y el último en marcharse.
Por eso, pese a sus raíces campesinas y a la escasa educación formal que tuvo de joven, Calufa se propuso adquirir una sólida cultura por medio de los libros y afinar su natural habilidad para escribir.
Sencillo pero intelectualmente polémico, le importaba poco su aspecto personal y vivió mucho como un aventurero, por ello conocía muy bien al ser humano.
Al llegar a la secundaria, Calufa emprendió sus estudios con la mejor de las intenciones: quería ser un estudiante ejemplar para enorgullecer a su madre, pero injusticias ocurridas durante los dos
años que estuvo en el Instituto de Alajuela más bien lograron afianzar en él su espíritu de rebeldía.
Lo que para muchos era, en aquella época, un motivo de orgullo, fue para Fallas una verdadera fuente de sufrimientos: se trataba del uniforme del colegio. Con grandes sacrificios su madre pudo comprarle la guerrera (tipo de camisa) y los pantalones, pero como no hubo forma de que le alcanzara para los zapatos, debió pedir un permiso especial en la secretaría del colegio para que lo dejaran asistir descalzo.
En el instituto, el muchacho se destacó por sus diabluras y picardías, fue el “alumno problema” de la institución y el dolor de cabeza de los profesores. Por cierto, a raíz de esta situación, Calufa lanza —en Marcos Ramírez— una crítica contra la enseñanza nacional: los profesores que describe son todos mediocres académicamente con excepción de Jesus Ocaña, a quien respetó por su bondad y conocimientos.
Era lógico que tan pícaro adolescente —más que conocido por el director y. los profesores—, fuera víctima de las iras del profesorado, quien le cobró con saña la suma de tropelías que realizó. La venganza fue aplazado y con ese golpe bajo terminó bruscamente una etapa en su vida. Este hecho fue decisivo en su futuro pues lo obligó a tomar otro sendero que del que jamás se arrepintió.
Con esta frase concluye Calufa la culminación de su experiencia en secundaria:
“... Y un momento después bajaba yo a grandes saltos la escalera del colegio, por última vez, porque había resuelto , definitivamente no poner los pies allí jamás...”.
Más tarde logró enrolarse en un trabajo como mecánico, pero de nuevo fracasó: tuvo un altercado con uno de sus compañeros, al que dejó inconsciente, y debió abandonar el puesto.
Estos tropiezos, que algunos interpretan como la prueba de alguna especie de fatalismo mítico en la vida de Fallas, es más bien la consecuencia directa de un temperamento fogoso y vivo que más tarde hará de él un militante combativo. Sus rabietas de infancia y adolescencia fueron superados cuando surgió el escritor y dirigente político.
Fue en época cuando decidió internarse en la zona Atlántica, para iniciar otra etapa de su vida bajo el feudo de la United Fruit Company.


La huelga de 1934


De aquí en adelante, empieza a formarse el militante marxista, enfrentado al mundo de las bananeras inundadas de miseria, sordidez, explotación, escenarios que golpearán muy fuerte su sensibilidad.
Apenas era un adolescente de 16 años cuando se trasladó a la zona Atlántica, donde por años vivió un terrible infierno, cuyos sufrimientos quedaron grabados para siempre en Mamila Yunai

El infortunio, la lucha dura y constante por mantener un nivel de vida infrahumano, permitieron que surgiera en la podredumbre el más noble de los sentimientos humanos: la amistad Cuando el cadáver del novelista permanecía en capilla ardiente, durante horas desfilaron para verlo por última vez intelectuales, obreros y estudiantes, así como cx-compañeros de la zona bananera, hombres recios y humildes que se esforzaban por contener las lágrimas.
Las condiciones en que vivían los trabajadores de la United Fmit Co. eran deplorables. No había servicio médico alguno en la zona y la compañía no autorizaba ningún viaje especial a Limón: por más urgente que fuera el caso, el enfermo debía quedarse sin atención médica.
Hasta las tabletas de quinina y los simples artículos de botiquín debían adquirirlos los peones por su cuenta. Las horribles viviendas no parecían aptas para seres humanos y carecían de los servicios higiénicos imprescindibles.
“Eran espantosas pocilgas. Los comisariatos eran los únicos establecimientos comerciales donde los trabajadores podían adquirir artículos de primera necesidad y víveres en general. Pero la United, que había logrado en el contrato la exención de impuestos para sus importaciones, mantenía precios muy altos, sin ningún control oficial”, narra Víctor Manuel Arroyo en una biografía sobre Calufa.
Cuando se produjo la gran huelga de 1934, dirigida por Fallas y algunos compañeros, la compañía bananera estaba arruinando a muchos pequeños finqueros costarricenses, quienes habían aceptado un contrato que los obligaba a vender sus bananos a la empresa extranjera. Sin embargo, ésta no se comprometía a comprar todo el producto que le ofrecieran sino que, de acuerdo con la demanda del exterior, tomaba lo que quería. Los finqueros salían perjudicados pues la bananera les pagaba solo por racimo aceptado.
Pero no eran los finqueros quienes llevaban la peor parte, pues también ellos se desquitaban pagando a sus peones según los racimos recibidos por la United. Sólo este hecho constituye una infamia que hubiera justificado la huelga de los trabajadores. Lo inexplicable fue la actitud de los pequeños empresarios, víctimas como sus peones, cuando se declararon enemigos de la huelga bananera.
La prensa hizo también la guerra a los huelguistas y el gobierno de don Ricardo Jiménez, que al principio guardó una posición prudente, en la etapa final recurrió a la violencia. Por otra parte, la compañía estimulaba el enfrentamiento entre negros y blancos. Fallas intervino con la vehemencia que lo caracterizaba para evitar esta absurda lucha y al final logró que prevaleciera la razón.
Tomando en cuenta que fue aquella la primera huelga organizada en el ámbito centroamericano, que los huelguistas sumaban aproximadamente diez mil y que había constantes provocaciones y trampas, la Única forma explicar el intachable comportamiento de los trabajadores fue la serenidad, abnegación y energía de Fallas y sus compañeros de dirección. Después de buscar en vano un entendimiento directo con los trabajadores, cuando ya había pasado aproximadamente un mes, el gobierno no tuvo otro recurso que llamar a los dirigentes. Se llegó entonces a un acuerdo bastante favorable para los peones.
Cuando volvieron al trabajo, los jefes de la compañía en unión de los policías, dijeron a los trabajadores que no existía tal arreglo y que Fallas se había vendido por $30 mil e iba rumbo a Estados Unidos en aquel momento. Por suerte para el escritor, él se hallaba en el campamento de Veintiséis Millas y la falacia fue descubierta.


Su sueño de escritor


Pero este hombre que había dado tan buenas muestras de serenidad y valentía en la dirección de la gran huelga bananera del Atlántico, debía enfrentarse a una empresa que al principio juzgó irrealizable: tenía que “aprender a escribir”. Había sido un lector voraz y desordenado desde la adolescencia. Pero al abandonar las aulas no había logrado conquistar a la ortografía, ni a la gramática elemental. Empujado por la necesidad de ser útil a sus compañeros observaba atentamente las correcciones que les hacían a sus escritos cuando se publicaban. Así fue mejorando su expresión escrita, con una paciencia y tenacidad admirables. En cuanto a la ortografía, tenía un método infalible:
“Entonces me fui dando cuenta de que yo tenía memoria visual. Las palabras eran feas o bonitas. Si miraba muy fea una palabra, le cambiaba la “s” por una “z”, y la veía bonita; es me daba la seguridad de que aquella se escribía con zeta. En algunas otras, el pleito estaba entre la “v” chiquita y la “b” larga... pero poco a poco mi memoria visual me iba dando mayores beneficios ...
Esta ingenua confesión pública da una idea del recio temple de Carlos Luis Fallas. Fue un çrítico muy exigente de sus escritos , por ejemplo, nunca estuvo de su cuerno “La dueña de la guitarra de las conchas de colores” tal vez porque su tema era un tanto sentimental.
Cuando enfermó de cáncer en 1965, se le concedió el premio de cultura “Magón” de ese año, y lo compartió con Hernán Peralta.. Esta ha sido la única vez que el premio se dio compartido. Calufa no logró recibir personalmente el galardón: murió víctima de un cáncer de riñón el 7 de mayo de 1966 ala edad de 57.
Según cuenta Luis Carlos, uno de sus hijos, Calufa aceptó con resignación la enfermedad. Cuenta que algunas veces lo escuchó decir que no quería llegar a viejo.
Casi todas sus obras las escribió febrilmente, hasta el extremo de que, en más de una ocasión, sangraban las yemas de sus dedos, maltratadas por el roce de las teclas de la máquina de escribir.
Escribió Mamita Yunai en veinticinco días y Gentes y Gentecillas, en tres meses. Consideraba la primera como la mejor lograda, pero por la coyuntura histórica y política, le tenía un cariño especial a la segunda.
Si como novelista, sus páginas no han sido superadas en cuanto a fuerza y riqueza expresiva; como hombre, tampoco ha habido muchos de su talla. Nunca quiso lucrar con sus obras. Su vida se rigió siempre por la inquebrantable decisión de luchar para acabar con las injusticias sociales.
Fue electo regidor municipal en 1942 y diputado al Congreso Nacional en 1944. Cuanto se improvisó como militar durante la guerra civil de 1948 se opuso —y arriesgó por ello su vida— al fusilamiento de los reos políticos. Intervino en actividades políticas por convicción, sin cálculos mezquinos ni intenciones torcidas.
Como dijo Alberto F. Cañas, en un artículo publicado el 10 de mayo de l966 a raíz de la muerte de Calufa: “La palabra “ternura’ salta cuando se habla de Carlos Luis Fallas, porque siendo un hombre rudo, era un escritor tierno, le saltaba por los poros, sobre todo en el trato con su prójimo. Hombre de millones y millones de anécdotas y de historias, contaba y contaba hasta la madrugada, siempre adobando sus relatos con un detalle suave, una lágrima, o un signo de ternura subrayado con grandes carcajadas”.






Es innegable: las experiencias, golpes alegrías vividos por el novelista se reflejan en las páginas de sus libros.

La guía de Carmen Lyra


Fallas representa el caso extraordinario de quien, sin proponérselo, hace obra literaria. Su mayor influencia fue su colega Carmen Lyra y él mismo asegura que fue ella quien le enseñó a escribir. La mano de la autora se nota en el estilo muy musical, en la frase rítmica y la ligereza clásica de su obra. Después de ella, Fallas ha sido uno de los pocos escritores nacionales que ha podido llevar a las letras la autenticidad del lenguaje popular, y urbano del costarricense. Nunca se cuidó de las modas literarias, ni buscó trucos refinados para impresionar; tenía mucho que contar, mucha experiencia humana que transmitir, y la conversación no bastaba. Su tempranísima afición por la lectura —no cumplía los diez años cuando ya leía vorazmente cuanto caía en sus manos— fue el asidero ideal para la innata capacidad de comunicación y las dotes de buen conversador propias de Calufa. Contaba que de niño le llegó a gustar más leer un folletín de Buffalo Bill que ver una película de bandidos. Y mientras permanecía en la casa tenía que estar leyendo de lo contrario se desesperaba y era capaz de obtener un libro, un almanaque o cualquier cosa1 con letras. A veces se desvelaba hasta altas horas de la noche, y entonces su madre se levantaba, iba a su cuarto a regañarlo y le decomisaba el libro. Por eso Carlos Luis llegaba al extremo de apagar la luz, para fingir que estaba dormido, y se iba a la sala para proseguir con la lectura hasta altas horas de la madrugada.
Leía en la mesa, a la hora de comer, buscándose la boca a tientas con la cuchara; leía en el baño largas horas hasta que su madre intervenía furiosa, y la costumbre hizo que pudiera leer perfectamente y caminar al mismo tiempo, sin tropezar con nadie, por las calles más concurridas de la capital.
Algún tiempo después, muy joven todavía, se convirtió en un verdadero ratón de la Biblioteca Nacional, adonde iba todas las noches: siempre era el primero en llegar y el último en marcharse.
Por eso, pese a sus raíces campesinas y a la escasa educación formal que tuvo de joven, Calufa se propuso adquirir una sólida cultura por medio de los libros y afinar su natural habilidad para escribir.
Sencillo pero intelectualmente polémico, le importaba poco su aspecto personal y vivió mucho como un aventurero, por ello conocía muy bien al ser humano.
Al llegar a la secundaria, Calufa emprendió sus estudios con la mejor de las intenciones: quería ser un estudiante ejemplar para enorgullecer a su madre, pero injusticias ocurridas durante los dos
años que estuvo en el Instituto de Alajuela más bien lograron afianzar en él su espíritu de rebeldía.
Lo que para muchos era, en aquella época, un motivo de orgullo, fue para Fallas una verdadera fuente de sufrimientos: se trataba del uniforme del colegio. Con grandes sacrificios su madre pudo comprarle la guerrera (tipo de camisa) y los pantalones, pero como no hubo forma de que le alcanzara para los zapatos, debió pedir un permiso especial en la secretaría del colegio para que lo dejaran asistir descalzo.
En el instituto, el muchacho se destacó por sus diabluras y picardías, fue el “alumno problema” de la institución y el dolor de cabeza de los profesores. Por cierto, a raíz de esta situación, Calufa lanza —en Marcos Ramírez— una crítica contra la enseñanza nacional: los profesores que describe son todos mediocres académicamente con excepción de Jesus Ocaña, a quien respetó por su bondad y conocimientos.
Era lógico que tan pícaro adolescente —más que conocido por el director y. los profesores—, fuera víctima de las iras del profesorado, quien le cobró con saña la suma de tropelías que realizó. La venganza fue aplazado y con ese golpe bajo terminó bruscamente una etapa en su vida. Este hecho fue decisivo en su futuro pues lo obligó a tomar otro sendero que del que jamás se arrepintió.
Con esta frase concluye Calufa la culminación de su experiencia en secundaria:
“... Y un momento después bajaba yo a grandes saltos la escalera del colegio, por última vez, porque había resuelto , definitivamente no poner los pies allí jamás...”.
Más tarde logró enrolarse en un trabajo como mecánico, pero de nuevo fracasó: tuvo un altercado con uno de sus compañeros, al que dejó inconsciente, y debió abandonar el puesto.
Estos tropiezos, que algunos interpretan como la prueba de alguna especie de fatalismo mítico en la vida de Fallas, es más bien la consecuencia directa de un temperamento fogoso y vivo que más tarde hará de él un militante combativo. Sus rabietas de infancia y adolescencia fueron superados cuando surgió el escritor y dirigente político.
Fue en época cuando decidió internarse en la zona Atlántica, para iniciar otra etapa de su vida bajo el feudo de la United Fruit Company.


La huelga de 1934


De aquí en adelante, empieza a formarse el militante marxista, enfrentado al mundo de las bananeras inundadas de miseria, sordidez, explotación, escenarios que golpearán muy fuerte su sensibilidad.
Apenas era un adolescente de 16 años cuando se trasladó a la zona Atlántica, donde por años vivió un terrible infierno, cuyos sufrimientos quedaron grabados para siempre en Mamila Yunai

El infortunio, la lucha dura y constante por mantener un nivel de vida infrahumano, permitieron que surgiera en la podredumbre el más noble de los sentimientos humanos: la amistad Cuando el cadáver del novelista permanecía en capilla ardiente, durante horas desfilaron para verlo por última vez intelectuales, obreros y estudiantes, así como cx-compañeros de la zona bananera, hombres recios y humildes que se esforzaban por contener las lágrimas.
Las condiciones en que vivían los trabajadores de la United Fmit Co. eran deplorables. No había servicio médico alguno en la zona y la compañía no autorizaba ningún viaje especial a Limón: por más urgente que fuera el caso, el enfermo debía quedarse sin atención médica.
Hasta las tabletas de quinina y los simples artículos de botiquín debían adquirirlos los peones por su cuenta. Las horribles viviendas no parecían aptas para seres humanos y carecían de los servicios higiénicos imprescindibles.
“Eran espantosas pocilgas. Los comisariatos eran los únicos establecimientos comerciales donde los trabajadores podían adquirir artículos de primera necesidad y víveres en general. Pero la United, que había logrado en el contrato la exención de impuestos para sus importaciones, mantenía precios muy altos, sin ningún control oficial”, narra Víctor Manuel Arroyo en una biografía sobre Calufa.
Cuando se produjo la gran huelga de 1934, dirigida por Fallas y algunos compañeros, la compañía bananera estaba arruinando a muchos pequeños finqueros costarricenses, quienes habían aceptado un contrato que los obligaba a vender sus bananos a la empresa extranjera. Sin embargo, ésta no se comprometía a comprar todo el producto que le ofrecieran sino que, de acuerdo con la demanda del exterior, tomaba lo que quería. Los finqueros salían perjudicados pues la bananera les pagaba solo por racimo aceptado.
Pero no eran los finqueros quienes llevaban la peor parte, pues también ellos se desquitaban pagando a sus peones según los racimos recibidos por la United. Sólo este hecho constituye una infamia que hubiera justificado la huelga de los trabajadores. Lo inexplicable fue la actitud de los pequeños empresarios, víctimas como sus peones, cuando se declararon enemigos de la huelga bananera.
La prensa hizo también la guerra a los huelguistas y el gobierno de don Ricardo Jiménez, que al principio guardó una posición prudente, en la etapa final recurrió a la violencia. Por otra parte, la compañía estimulaba el enfrentamiento entre negros y blancos. Fallas intervino con la vehemencia que lo caracterizaba para evitar esta absurda lucha y al final logró que prevaleciera la razón.
Tomando en cuenta que fue aquella la primera huelga organizada en el ámbito centroamericano, que los huelguistas sumaban aproximadamente diez mil y que había constantes provocaciones y trampas, la Única forma explicar el intachable comportamiento de los trabajadores fue la serenidad, abnegación y energía de Fallas y sus compañeros de dirección. Después de buscar en vano un entendimiento directo con los trabajadores, cuando ya había pasado aproximadamente un mes, el gobierno no tuvo otro recurso que llamar a los dirigentes. Se llegó entonces a un acuerdo bastante favorable para los peones.
Cuando volvieron al trabajo, los jefes de la compañía en unión de los policías, dijeron a los trabajadores que no existía tal arreglo y que Fallas se había vendido por $30 mil e iba rumbo a Estados Unidos en aquel momento. Por suerte para el escritor, él se hallaba en el campamento de Veintiséis Millas y la falacia fue descubierta.



(Este artículo h
erechos de autor—, conservó la singuir manía hasta los días de Su sueño de escritor


Pero este hombre que había dado tan buenas muestras de serenidad y valentía en la dirección de la gran huelga bananera del Atlántico, debía enfrentarse a una empresa que al principio juzgó irrealizable: tenía que “aprender a escribir”. Había sido un lector voraz y desordenado desde la adolescencia. Pero al abandonar las aulas no había logrado conquistar a la ortografía, ni a la gramática elemental. Empujado por la necesidad de ser útil a sus compañeros observaba atentamente las correcciones que les hacían a sus escritos cuando se publicaban. Así fue mejorando su expresión escrita, con una paciencia y tenacidad admirables. En cuanto a la ortografía, tenía un método infalible:
“Entonces me fui dando cuenta de que yo tenía memoria visual. Las palabras eran feas o bonitas. Si miraba muy fea una palabra, le cambiaba la “s” por una “z”, y la veía bonita; es me daba la seguridad de que aquella se escribía con zeta. En algunas otras, el pleito estaba entre la “v” chiquita y la “b” larga... pero poco a poco mi memoria visual me iba dando mayores beneficios ...
Esta ingenua confesión pública da una idea del recio temple de Carlos Luis Fallas. Fue un çrítico muy exigente de sus escritos , por ejemplo, nunca estuvo de su cuerno “La dueña de la guitarra de las conchas de colores” tal vez porque su tema era un tanto sentimental.
Cuando enfermó de cáncer en 1965, se le concedió el premio de cultura “Magón” de ese año, y lo compartió con Hernán Peralta.. Esta ha sido la única vez que el premio se dio compartido. Calufa no logró recibir personalmente el galardón: murió víctima de un cáncer de riñón el 7 de mayo de 1966 ala edad de 57.
Según cuenta Luis Carlos, uno de sus hijos, Calufa aceptó con resignación la enfermedad. Cuenta que algunas veces lo escuchó decir que no quería llegar a viejo.
Casi todas sus obras las escribió febrilmente, hasta el extremo de que, en más de una ocasión, sangraban las yemas de sus dedos, maltratadas por el roce de las teclas de la máquina de escribir.
Escribió Mamita Yunai en veinticinco días y Gentes y Gentecillas, en tres meses. Consideraba la primera como la mejor lograda, pero por la coyuntura histórica y política, le tenía un cariño especial a la segunda.
Si como novelista, sus páginas no han sido superadas en cuanto a fuerza y riqueza expresiva; como hombre, tampoco ha habido muchos de su talla. Nunca quiso lucrar con sus obras. Su vida se rigió siempre por la inquebrantable decisión de luchar para acabar con las injusticias sociales.
Fue electo regidor municipal en 1942 y diputado al Congreso Nacional en 1944. Cuanto se improvisó como militar durante la guerra civil de 1948 se opuso —y arriesgó por ello su vida— al fusilamiento de los reos políticos. Intervino en actividades políticas por convicción, sin cálculos mezquinos ni intenciones torcidas.
Como dijo Alberto F. Cañas, en un artículo publicado el 10 de mayo de l966 a raíz de la muerte de Calufa: “La palabra “ternura’ salta cuando se habla de Carlos Luis Fallas, porque siendo un hombre rudo, era un escritor tierno, le saltaba por los poros, sobre todo en el trato con su prójimo. Hombre de millones y millones de anécdotas y de historias, contaba y contaba hasta la madrugada, siempre adobando sus relatos con un detalle suave, una lágrima, o un signo de ternura subrayado con grandes carcajadas”.






Es innegable: las experiencias, golpes alegrías vividos por el novelista se reflejan en las páginas de sus libros.

La guía de Carmen Lyra


Fallas representa el caso extraordinario de quien, sin proponérselo, hace obra literaria. Su mayor influencia fue su colega Carmen Lyra y él mismo asegura que fue ella quien le enseñó a escribir. La mano de la autora se nota en el estilo muy musical, en la frase rítmica y la ligereza clásica de su obra. Después de ella, Fallas ha sido uno de los pocos escritores nacionales que ha podido llevar a las letras la autenticidad del lenguaje popular, y urbano del costarricense. Nunca se cuidó de las modas literarias, ni buscó trucos refinados para impresionar; tenía mucho que contar, mucha experiencia humana que transmitir, y la conversación no bastaba. Su tempranísima afición por la lectura —no cumplía los diez años cuando ya leía vorazmente cuanto caía en sus manos— fue el asidero ideal para la innata capacidad de comunicación y las dotes de buen conversador propias de Calufa. Contaba que de niño le llegó a gustar más leer un folletín de Buffalo Bill que ver una película de bandidos. Y mientras permanecía en la casa tenía que estar leyendo de lo contrario se desesperaba y era capaz de obtener un libro, un almanaque o cualquier cosa1 con letras. A veces se desvelaba hasta altas horas de la noche, y entonces su madre se levantaba, iba a su cuarto a regañarlo y le decomisaba el libro. Por eso Carlos Luis llegaba al extremo de apagar la luz, para fingir que estaba dormido, y se iba a la sala para proseguir con la lectura hasta altas horas de la madrugada.
Leía en la mesa, a la hora de comer, buscándose la boca a tientas con la cuchara; leía en el baño largas horas hasta que su madre intervenía furiosa, y la costumbre hizo que pudiera leer perfectamente y caminar al mismo tiempo, sin tropezar con nadie, por las calles más concurridas de la capital.
Algún tiempo después, muy joven todavía, se convirtió en un verdadero ratón de la Biblioteca Nacional, adonde iba todas las noches: siempre era el primero en llegar y el último en marcharse.
Por eso, pese a sus raíces campesinas y a la escasa educación formal que tuvo de joven, Calufa se propuso adquirir una sólida cultura por medio de los libros y afinar su natural habilidad para escribir.
Sencillo pero intelectualmente polémico, le importaba poco su aspecto personal y vivió mucho como un aventurero, por ello conocía muy bien al ser humano.
Al llegar a la secundaria, Calufa emprendió sus estudios con la mejor de las intenciones: quería ser un estudiante ejemplar para enorgullecer a su madre, pero injusticias ocurridas durante los dos
años que estuvo en el Instituto de Alajuela más bien lograron afianzar en él su espíritu de rebeldía.
Lo que para muchos era, en aquella época, un motivo de orgullo, fue para Fallas una verdadera fuente de sufrimientos: se trataba del uniforme del colegio. Con grandes sacrificios su madre pudo comprarle la guerrera (tipo de camisa) y los pantalones, pero como no hubo forma de que le alcanzara para los zapatos, debió pedir un permiso especial en la secretaría del colegio para que lo dejaran asistir descalzo.
En el instituto, el muchacho se destacó por sus diabluras y picardías, fue el “alumno problema” de la institución y el dolor de cabeza de los profesores. Por cierto, a raíz de esta situación, Calufa lanza —en Marcos Ramírez— una crítica contra la enseñanza nacional: los profesores que describe son todos mediocres académicamente con excepción de Jesus Ocaña, a quien respetó por su bondad y conocimientos.
Era lógico que tan pícaro adolescente —más que conocido por el director y. los profesores—, fuera víctima de las iras del profesorado, quien le cobró con saña la suma de tropelías que realizó. La venganza fue aplazado y con ese golpe bajo terminó bruscamente una etapa en su vida. Este hecho fue decisivo en su futuro pues lo obligó a tomar otro sendero que del que jamás se arrepintió.
Con esta frase concluye Calufa la culminación de su experiencia en secundaria:
“... Y un momento después bajaba yo a grandes saltos la escalera del colegio, por última vez, porque había resuelto , definitivamente no poner los pies allí jamás...”.
Más tarde logró enrolarse en un trabajo como mecánico, pero de nuevo fracasó: tuvo un altercado con uno de sus compañeros, al que dejó inconsciente, y debió abandonar el puesto.
Estos tropiezos, que algunos interpretan como la prueba de alguna especie de fatalismo mítico en la vida de Fallas, es más bien la consecuencia directa de un temperamento fogoso y vivo que más tarde hará de él un militante combativo. Sus rabietas de infancia y adolescencia fueron superados cuando surgió el escritor y dirigente político.
Fue en época cuando decidió internarse en la zona Atlántica, para iniciar otra etapa de su vida bajo el feudo de la United Fruit Company.


La huelga de 1934


De aquí en adelante, empieza a formarse el militante marxista, enfrentado al mundo de las bananeras inundadas de miseria, sordidez, explotación, escenarios que golpearán muy fuerte su sensibilidad.
Apenas era un adolescente de 16 años cuando se trasladó a la zona Atlántica, donde por años vivió un terrible infierno, cuyos sufrimientos quedaron grabados para siempre en Mamila Yunai

El infortunio, la lucha dura y constante por mantener un nivel de vida infrahumano, permitieron que surgiera en la podredumbre el más noble de los sentimientos humanos: la amistad Cuando el cadáver del novelista permanecía en capilla ardiente, durante horas desfilaron para verlo por última vez intelectuales, obreros y estudiantes, así como cx-compañeros de la zona bananera, hombres recios y humildes que se esforzaban por contener las lágrimas.
Las condiciones en que vivían los trabajadores de la United Fmit Co. eran deplorables. No había servicio médico alguno en la zona y la compañía no autorizaba ningún viaje especial a Limón: por más urgente que fuera el caso, el enfermo debía quedarse sin atención médica.
Hasta las tabletas de quinina y los simples artículos de botiquín debían adquirirlos los peones por su cuenta. Las horribles viviendas no parecían aptas para seres humanos y carecían de los servicios higiénicos imprescindibles.
“Eran espantosas pocilgas. Los comisariatos eran los únicos establecimientos comerciales donde los trabajadores podían adquirir artículos de primera necesidad y víveres en general. Pero la United, que había logrado en el contrato la exención de impuestos para sus importaciones, mantenía precios muy altos, sin ningún control oficial”, narra Víctor Manuel Arroyo en una biografía sobre Calufa.
Cuando se produjo la gran huelga de 1934, dirigida por Fallas y algunos compañeros, la compañía bananera estaba arruinando a muchos pequeños finqueros costarricenses, quienes habían aceptado un contrato que los obligaba a vender sus bananos a la empresa extranjera. Sin embargo, ésta no se comprometía a comprar todo el producto que le ofrecieran sino que, de acuerdo con la demanda del exterior, tomaba lo que quería. Los finqueros salían perjudicados pues la bananera les pagaba solo por racimo aceptado.
Pero no eran los finqueros quienes llevaban la peor parte, pues también ellos se desquitaban pagando a sus peones según los racimos recibidos por la United. Sólo este hecho constituye una infamia que hubiera justificado la huelga de los trabajadores. Lo inexplicable fue la actitud de los pequeños empresarios, víctimas como sus peones, cuando se declararon enemigos de la huelga bananera.
La prensa hizo también la guerra a los huelguistas y el gobierno de don Ricardo Jiménez, que al principio guardó una posición prudente, en la etapa final recurrió a la violencia. Por otra parte, la compañía estimulaba el enfrentamiento entre negros y blancos. Fallas intervino con la vehemencia que lo caracterizaba para evitar esta absurda lucha y al final logró que prevaleciera la razón.
Tomando en cuenta que fue aquella la primera huelga organizada en el ámbito centroamericano, que los huelguistas sumaban aproximadamente diez mil y que había constantes provocaciones y trampas, la Única forma explicar el intachable comportamiento de los trabajadores fue la serenidad, abnegación y energía de Fallas y sus compañeros de dirección. Después de buscar en vano un entendimiento directo con los trabajadores, cuando ya había pasado aproximadamente un mes, el gobierno no tuvo otro recurso que llamar a los dirigentes. Se llegó entonces a un acuerdo bastante favorable para los peones.
Cuando volvieron al trabajo, los jefes de la compañía en unión de los policías, dijeron a los trabajadores que no existía tal arreglo y que Fallas se había vendido por $30 mil e iba rumbo a Estados Unidos en aquel momento. Por suerte para el escritor, él se hallaba en el campamento de Veintiséis Millas y la falacia fue descubierta.


Su sueño de escritor


Pero este hombre que había dado tan buenas muestras de serenidad y valentía en la dirección de la gran huelga bananera del Atlántico, debía enfrentarse a una empresa que al principio juzgó irrealizable: tenía que “aprender a escribir”. Había sido un lector voraz y desordenado desde la adolescencia. Pero al abandonar las aulas no había logrado conquistar a la ortografía, ni a la gramática elemental. Empujado por la necesidad de ser útil a sus compañeros observaba atentamente las correcciones que les hacían a sus escritos cuando se publicaban. Así fue mejorando su expresión escrita, con una paciencia y tenacidad admirables. En cuanto a la ortografía, tenía un método infalible:
“Entonces me fui dando cuenta de que yo tenía memoria visual. Las palabras eran feas o bonitas. Si miraba muy fea una palabra, le cambiaba la “s” por una “z”, y la veía bonita; es me daba la seguridad de que aquella se escribía con zeta. En algunas otras, el pleito estaba entre la “v” chiquita y la “b” larga... pero poco a poco mi memoria visual me iba dando mayores beneficios ...
Esta ingenua confesión pública da una idea del recio temple de Carlos Luis Fallas. Fue un çrítico muy exigente de sus escritos , por ejemplo, nunca estuvo de su cuerno “La dueña de la guitarra de las conchas de colores” tal vez porque su tema era un tanto sentimental.
Cuando enfermó de cáncer en 1965, se le concedió el premio de cultura “Magón” de ese año, y lo compartió con Hernán Peralta.. Esta ha sido la única vez que el premio se dio compartido. Calufa no logró recibir personalmente el galardón: murió víctima de un cáncer de riñón el 7 de mayo de 1966 ala edad de 57.
Según cuenta Luis Carlos, uno de sus hijos, Calufa aceptó con resignación la enfermedad. Cuenta que algunas veces lo escuchó decir que no quería llegar a viejo.
Casi todas sus obras las escribió febrilmente, hasta el extremo de que, en más de una ocasión, sangraban las yemas de sus dedos, maltratadas por el roce de las teclas de la máquina de escribir.
Escribió Mamita Yunai en veinticinco días y Gentes y Gentecillas, en tres meses. Consideraba la primera como la mejor lograda, pero por la coyuntura histórica y política, le tenía un cariño especial a la segunda.
Si como novelista, sus páginas no han sido superadas en cuanto a fuerza y riqueza expresiva; como hombre, tampoco ha habido muchos de su talla. Nunca quiso lucrar con sus obras. Su vida se rigió siempre por la inquebrantable decisión de luchar para acabar con las injusticias sociales.
Fue electo regidor municipal en 1942 y diputado al Congreso Nacional en 1944. Cuanto se improvisó como militar durante la guerra civil de 1948 se opuso —y arriesgó por ello su vida— al fusilamiento de los reos políticos. Intervino en actividades políticas por convicción, sin cálculos mezquinos ni intenciones torcidas.
Como dijo Alberto F. Cañas, en un artículo publicado el 10 de mayo de l966 a raíz de la muerte de Calufa: “La palabra “ternura’ salta cuando se habla de Carlos Luis Fallas, porque siendo un hombre rudo, era un escritor tierno, le saltaba por los poros, sobre todo en el trato con su prójimo. Hombre de millones y millones de anécdotas y de historias, contaba y contaba hasta la madrugada, siempre adobando sus relatos con un detalle suave, una lágrima, o un signo de ternura subrayado con grandes carcajadas”.










a sido tomado en forma íntegra de la sección Dominical de la Nación del 2 de octubre de 1994)




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