La suave prosa de un hombre rudo
Yuri Lorena Jiménez
De una figura corpulenta, envuelta en el humo de sus eternos cigarrillos Ticos, iba y venía, con las manos entrelazadas detrás del cuerpo, a lo largo del viejo zaguán de la casona. Pasaban las tres de la tarde, pero igual Carlos Luis.Fallas seguía en pijama, como lo había hecho día y noche durante las última semanas.
Por momentos, abandonaba su caminar y se sumergía en las teclas de su máquina de escribir —hasta el punto de que las yemas de los dedos le sangraban— para desbordar el torrente de ideas que poco a poco daban cuerpo a la novela de aventuras infantiles más popular de Costa Rica.
La escena corresponde a algún día de 1951, uno antes de que Fallas —conocido popularmente como Calufa— publicara Marcos Ramírez. Su sobrino, Oscar Calderón Fallas, guarda esta estampa como una de las más características en la vida del escritor, uno de los más prominentes del país. ‘Pasaba día y noche en pijama, pensando y escribiendo, pensando y escribiendo. No sé a qué hora dormía”, comenta Oscar, quien tuvo el privilegio de convivir buena parte de su infancia y juventud bajo el mismo techo de Calufa.
Ya para entonces había escrito Mamita Yunai y Gentes y Gentecillas, y se había convertido en un escritor famoso y seguidor absoluto de la ideología comunista, que habría de seguir y cultivar hasta su muerte, en 1966.
Pese al reconocimiento que tuvo su obra durante su vida adulta, Calufa sufrió en carne propia la más aguda pobreza desde su infancia para luego sucumbir a las vejaciones, hambres y enfermedades en las inmensas y sombrías bananeras de la United Fruit Company, donde por años hizo vida de peón, de ayudante de albañil, de dinamitero y de tractorista, entre otros oficios.
Quizá por eso, Fallas conoció como pocos los vicios, las penurias, la inmoralidad y la nobleza de los hombres sencillos y analfabetos olvidados del mundo, y supo recoger esos sentimientos para transmitirlos tal y como eran. Conoció todo lo humano y aprendió la lección de la vida, así lo comentó en una ocasión el dirigente comunista Manuel Mora Valverde. Y es que según Calderón, la capacidad de Calufa para “meter” en su relato a quienes lo escuçhaban —y más tarde lo leyeron—, es tina habilidad heredada de los Fallas, sobre todo de las tías de Carlos Luis, quienes pese a su escaso nivel de educación eran capaces de embelesar a cualquiera con la riqueza de su conversación. Así era Calufa también. Su hija política, la escritora Rosibel Morera, recuerda que durante la vela de su hermana, Carlos Luis entretuvo a todos los presentes con su amena conversación durante toda la noche y madrugada. “Era muy alegre, le encantaban los tangos. Siempre andaba silbando y por eso se sabía cuando estaba por llegar: además de su tonada, por entre las ventanas de la casa se colaba el humo de su cigarrillo Chester, cuando aún esta marca existía” rememora su sobrino Oscar, quien hoy se desempeña como director de presupuesto de la Contraloría General de la República. Cuenta que, siendo él un chiquillo, Calufa lo despertaba a las cuatro de la madrugada para irse de pesca a los ríos de Alajuela. Durante las largas camina tas le contaba interminables historia. que siempre terminaban con la misma sentencia. “Apenas pueda, voy a escnbi una novela sobre eso”.