25.8.07
EL PODER DEL ARTE: REVELAR U OCULTAR
Por Rubén Pagura
El arte tiene dos cualidades: una que sirve al poder y otra que le infunde temor. Es que el arte puede ocultar o revelar verdades. Alguien dijo que "El arte miente diciendo verdades". u ocultándolas, agrego yo, que es la otra capacidad del arte. Es, incluso, la más común. Basta ver los ejemplos cotidianos de la publicidad engañosa, o el arte "light" o hollywoodense. Y no es casual que sea la cualidad más común, porque el arte de ocultar es el que sirve al poder. El arte de revelar - revelar causas profundas - por el contrario, sirve a las víctimas de ese poder, dándoles luces sobre las causas de sus males. Estas cualidades del arte ponen al artista en el dilema de ocultar o revelar. No le dejan otro camino, al menos en tiempos de crisis profunda como los que hoy vivimos. Bertold Brecht en otro momento histórico crítico, bajo la dictadura hitleriana dijo: "¡Qué tiempos estos en los que hablar de árboles es casi un crimen porque implica callar tantas atrocidades!" Es decir, hay tiempos en los que es ineludible para los artistas tomar posición, tomar partido, por el poder - ocultando - o por sus víctimas - revelando. En esos tiempos críticos, ¿qué hace que un artista se incline en una o en otra dirección? ¿Cuál es la razón por la que a veces, en el mundo de hoy, artistas e intelectuales "consagrados" callan y, aún más, se hacen cómplices de corruptelas y mafias de cuello blanco? Puede ser que haya en ellos algo (o mucho) de ambición, pero creo que, en primer lugar, el artista que oculta tiene miedo. El miedo que, como señala Eduardo Galeano, utiliza el poder para acallar las voces críticas. El miedo a "descolocarse" o desubicarse con quienes detentan el poder, peligrando el puesto de trabajo o arriesgando privilegios económicos como incentivos, contratos o subvenciones. Son víctimas de una violencia simbólica que está empeñada en domesticar las mentes, las conciencias y las vocaciones, subordinando a los creadores al papel de cortesanos del poder político y económico. Este poder impone el silencio amenazando a los jóvenes con bloquearles sus pretensiones de ascenso académico o éxito artístico, y a la vieja guardia cultural independiente con sabotearle una vejez digna. Pretende impedir a los creadores practicar la libertad de discrepar, de proponer cambios, de denunciar anomalías o corrupciones. Toda la ética cultural debe dirigirse a "hacerse amigo del juez", a buscar seguridad y protección en camarillas, y en concertar vínculos insanos como el amiguismo y las argollas para poder disputar con éxito las diferentes instancias de poder cultural (elecciones académicas, puestos en ministerios, constitución de jurados, espacios en los medios, directivas de festivales, etc.). En ese ocultamiento cómplice y en esas relaciones de poder cortesanas parece estar cifrada la esperanza de reconocimiento social de los trabajadores de la cultura en muchos de nuestros países. Al menos eso desean los que detentan el poder. Esto no es nuevo, la historia del arte está plagada de ejemplos como el de Mozart, que fue durante largos años prácticamente un criado del arzobispo Colloredo. Cuando llegó el momento en que su actividad creativa fue incompatible con las obligaciones que esto le imponía, surgió el conflicto y el maestro de cocina de Colloredo lo despidió propinándole un puntapié en el trasero. A partir de entonces, su música ya no fue bien recibida en Viena, y la subsistencia se le hizo difícil sin el favor de los poderosos. ¿Y en Costa Rica? Nos dicen que vivimos en una democracia en la que los artistas hoy tenemos pleno "derecho al berreo", libertad para revelar denunciando, por ejemplo, la xenofobia, o la violencia contra la mujer, o para gritar en defensa de las ballenas, de los recursos naturales u otros temas más o menos en boga. ¡Y hasta podemos ser exitosos haciendo estas denuncias! Pero, ¿hasta dónde tenemos los creadores "permiso" para revelar? ¿Dónde está el límite? Hilemos un poquito más fino. Tomemos al azar un tema, por ejemplo, la xenofobia. Obviamente, no tengo nada en contra del que canta denunciando la xenofobia. El respeto y la hermandad entre los pueblos es uno de los grandes temas de la actualidad. Pero puedo hacer una canción de compasión por el inmigrante, que tiene que huir de una dictadura o de la violencia en su tierra, hacer una denuncia señalando... la paja en el ojo ajeno. Pero si señalo la viga en nuestro propio ojo: la dictadura en casa, la violencia prepotente del poder... Ahí está el límite, para mí, de nuestra libertad creadora. Hasta ahí podemos revelar... ocultando. Recientemente, por una orden de Casa Presidencial fue clausurado el programa de opinión del Dr. Alvaro Montero Mejía, prestigioso intelectual crítico, en Canal 13, el canal estatal. Un programa serio, honesto, merecedor de múltiples reconocimientos, entre otros, el Premio Pío Víquez de Periodismo, cuyo pecado fue, pareciera, revelar demasiado. Lo cito porque, aún cuando un periodista o comunicador no es necesariamente un artista, hay un estrecho parentezco entre ambas profesiones, y para el caso pienso que es válido el ejemplo. Inevitablemente, también me viene a la cabeza el asesinato de Parmenio... Son formas de intentar meternos miedo, de obligarnos a ocultar. Y sin embargo, a pesar de las amenazas del poder, cada día aparecen nuevos artistas que se rebelan y practican el arte de revelar con valentía. De verdad tienen que estar medio locos para desafiar al poder y esperar, a la vez, ser reconocidos o exitosos... o al menos libres de expresarse sin miedo. ¿Quiénes son esas voces inconformes, subversivas, valientes, "aguafiestas"? Artistas jóvenes con posturas claras (rockeros, raperos, folkloristas, artistas plásticos, literarios, escénicos) y algunos menos jóvenes o veteranos que gritan con energía sus verdades por medios alternativos, por Internet, tomando la calle por escenario, o aún manifestándose - los que pueden - con valentía en actividades públicas o medios de comunicación, logrando quebrar el cerco mediático ocultador del poder. Provienen de muy variadas disciplinas y corrientes estéticas o de pensamiento, pero algo los caracteriza y los une: la sinceridad. "Cuando alguien le preguntó cómo pensaba que debía ser una canción, José Antonio Méndez, autor de boleros eternos como "La Gloria Eres Tú", con la noble sonrisa que lo caracterizaba respondió: Sincera. La canción debe ser siempre sincera.", cuenta Silvio Rodríguez, maestro en el arte de revelar (1) ¿Y qué es la sinceridad en un artista (y en cualquier ser humano)? Para mí, es la relación de coherencia entre sus palabras (sus creaciones) y sus acciones, públicas y privadas. Entramos en el terreno de la ética, de los principios, de los valores. Y me vienen de nuevo a la mente palabras de Silvio: ".Pero cantar también es una lucrativa carrera y por eso es parte de la llamada industria del entretenimiento. .Presto atención a todo el que se toma en serio su trabajo y trata de hacerlo bien, aún si es un asalariado de la industria del entretenimiento. Lamento si su entorno no le permite otra forma de supervivencia que ponerse al servicio de la compraventa. Pero conozco a otros que han desafiado ese destino y asumen los riesgos de su libertad. A esos que no ceden al facilismo domesticado son a los que identifico como familia." (2) Personalmente, adopto el criterio de la "sinceridad" para identificarme con un artista, para sentirlo - o no - "de mi familia", independientemente de que sea exitoso o no. Busco la relación entre sus "palabras" (sus creaciones) y su conducta, el riesgo que está dispuesto a asumir para ejercer su libertad de revelar causas profundas (para mí, escencia ética del Arte con mayúscula), su capacidad para vencer el miedo de practicar su vocación de "aguafiestas". ¿Revelar u ocultar? He aquí el dilema. En estos tiempos críticos, usted, colega creador(a), ¿qué arte practica? Rubén Pagura (Fuente: Boletín Espacios, Marzo 2007) (1) (2) Silvio Rodríguez al recibir el doctorado Honoris Causa en la Universidad Mayor de San Marcos, en Lima - febrero de 2007 Otra fuente: "El Miedo enquistado en la Intelectualidad Argentina" - Eduardo R. Saguier - Investigador de CONICET, Argentina
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